martes, 6 de julio de 2010

Escribí esto recién

BlaBlaBla

A pesar de que no tengo religión

debería ir a un templo, o iglesia.

O a una peluquería,

aunque no me gusta que me toquen el pelo,

además de que prefiero tenerlo largo

y ya me teñí.

¿Y una sesión de reiki?

Me encantaría, pero cuesta cincuenta pesos…

Salir a elongar y trepar árboles sería hermoso,

pero hace mucho frío y está por llover.

¿Dejar de llorar?

No puedo, estoy triste.

Ya fumé, sí.

Encima, es temprano para llamar a amigos

También pensé en enemigos

En parientes

En amantes

En masturbarme

En bañarme

En limpiar mi casa

Pero todo lo es que no tengo ganas de hacer

Y mis pensamientos se parecen a esas ropas

abandonadas en una habitación

en la que los fantasmas se juntarían a tomar mate

si pudieran hacerlo.

¿Leer? Es peligroso,

cualquier semejanza con mi realidad

vista desde otra alma desconocida

podría matarme.

¿Matarme?, nah

si no lo hice a los catorce años

Me voy a morir de vieja.

Sexo… mmmm, ¿sexo?

Estoy horrible, no es momento, no novio.

Ver una película…. Sería más peligrosa que un libro.

De pagar boletas o hacer trámites ni hablar.

Trabajar tampoco. Hoy no. Sólo con aquello que no sea remunerado. Eso sí.

Dormir… ¡peligrosísimo!

¡Fue lo que soñé justamente lo que me precipitó a las lágrimas!

Quejarme…. ¡¡¡siiiiii!!!

¡qué divertido!

Dafne Mociulsky

lunes, 5 de julio de 2010

Rescatando poemas del cuaderno Gloria

No me importa si lo leen o no, mi blog es como un pen drive para mí.

No fue en un atardecer

Creo que tenía ganas
de abrir las piernas
como un cielo,
o quizás no:
a mi circunstante
le dolía la cabeza
y su dolor era
un paisaje crepuscular
(supongo que cada pensamiento
sería como una nube roída
por el abandono del sol
y por eso, ¡ay!
el dolor de saberse oscuro
y maravilloso)
Creo que tenía ganas
de sobrevolar esas nubes
de bordes rosados
y podarle sus incordios.
Pero no, dado que mi circunstante,
cuyo dolor crepuscular
le hacía girar la espalda
en dirección opuesta a mí
(que en ese momento,
ya despojada de mi atardecida suciedad,
me encontraba sin corpiño
y sin bombacha debajo de la ropa)
contestaba mails.
Sus dedos,
que no estaban tocando mis tetas,
tecleaban esbozos
de diversos futuros inmediatos.
Y a mí, finalmente,
me llevó la lluvia.

Dafne Mociulsky