viernes, 16 de noviembre de 2007

Miedo roto, novela, Dafne Mociulsky



Esta es la primera novela que publiqué "Miedo roto" en mayo del 2007. Esta novela presenta personajes vulgares, llevan en sí mismos las peores cualidades que puede tener esa gente que uno puede cruzarse en cualquier momento en cualquier lado. No tienen nada loable que justifique su existencia. Y las cosas que les pasan, también son un asco. Eso es lo que tiene de interesante esta novela, esa posibilidad de chusmear en las vidas de estos seres que nunca van a participar de un cambio revolucionario, que no se replantean su existencia, ni tienen dudas metafísicas. Gente fea, mala y tonta que juntos pueden generar situaciones penosamente divertidas.

Dafne Mociulsky, autora.

Publicado por "Duniashka ediciones" producción artesanal e independiente

Aprovecho esta actualización para avisar que la próxima reunión de la FLIA (Feria del Libro Independiente y a) será en el Centro Cultural "Pachamama", Argañaraz 22, este martes 20/11 a las 21 hs. Si no sabés de qué se trata la flia, fijáte más abajo o sino: www.poesiaurbana.com.ar

www.elasunto.com.ar

www.diegoarbit.com.ar

www.feriadellibroindependiente.blogspot.com

martes, 13 de noviembre de 2007

Gastón Almada en la 5ta flia, stands, gentes pululando y, abajo, + poemas dafnecianos


y entérense de lo que fue este evento, también pueden participar de la próxima, tanto exponiendo como yendo...














El cumpa poeta camina a mi lado
como si no hubiera calles con nombres
y números y pájaros.
Su brazo es lánguido
y mi brazo, colgando del suyo
se torna ceniciento.
- ¿Faltan muchas cuadras hasta el mar?-
le pregunto. No me contesta,
no me mira, no me oye.
Permanece amordazado, algo le duele,
o por algo se duele
atado a una serie de pensamientos.
Mar del ego triste, hundido.
Vamos llegando, llegamos.
Se ríe como si llorara,
los ojos le brillan de melancolía.
Lo miro
y me dice
- Nada, es que me río de un recuerdo.-
A Demián Mazur. Vos estabas así, yo estaba histérica.
Dafne Mociulsky

Es que se me cansa la identidad, a veces.
El disfraz se deshilacha de tanto venderse
premeditadamente
o de tanto divulgar palabras.
¿Podría llegar a aburrirme una mañana
al mirarme en el espejo?
Mi documento bosteza,
mi nombre y apellido están pensando en otra cosa
que no me representa.
Soy un rompecabezas
que se desarma y se confunde,
a veces.
Dafne Mociulsky
Aburrimiento que se desplaza sobre el tiempo
como mermelada sobre una tostada infinita.
Bostezo amplificado, imprevisto y eterno.
Aquí no hay reloj,
pero se marchita el minutero, de todos modos.
Ciclotimia que surge desde el basureral interno.
Dafne Mociulsky

viernes, 9 de noviembre de 2007

"Del otro lado del mundo" genial dibujo de Aarón realizado en paint

Para comunicarse con este joven dibujante: aaron98ottisor@hotmail.com

jueves, 8 de noviembre de 2007

El videíto de la 4ta FLIA

Estos somos Gus y yo, Dafne, preparados para salir a escena en la 5ta flia, esperando a Anahí que no venía... uf


miércoles, 7 de noviembre de 2007

6ta Feria del Libro Independiente!!!

Luego de una hermosa y concurrida 5ta Feria del libro independeinte y alternativa en Puan , donde participaron mas de 200 exponentes entre editoriales y escritores independientes, publicaciones, medios alternativos, artistas visuales, poetas en vivo! proyecciones y charlasla F L I A convoca nuevamente a la 6ta y última edicion del año. a realizarce el 9 de diciembre en el Mercado de Flores,Ramon L. Falcon 2714 ( a una cuadra de Av. Rivadavia y a tres de Plaza Flores) Contactáte para participar de las distintas áreas:
Para puestos: flia.stands@gmail.com
Para arte visual y proyecciones: flia.artevisual@gmail.com
Para charlas: flia.charlas@gmail.com
Para info, consultas, contactos: info.flia@gmail.com
También podés acercarte a las reuniones para darnos una mano en la organización.los martes a las 21hs en alabartarde AGUIRRE 489 -Villa Crespo- (Y SCALABRINI ORTIZ).

Corré la voz!!

martes, 6 de noviembre de 2007

Aarón con Nacho, foto de Gus, vacaciones de invierno 2007 en Zárate. Abajo, Fragmentos pasajeros de mi novela "Martín Descoronado"



Fragmentos pasajeros
El loco aguarrás lo ve todo pero no dice nada, aunque en realidad sí dice, si es que preguntar es decir, ¿preguntar es decir?. A veces se lo ve durante horas en la misma esquina, los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada seria. Si alguien lo saluda, él dice, o pregunta: ¿Vas a trabajar? ¿trabajás o no trabajás?, pero no así, porque su acento es entrecortado y fuerrrte, sería más bien un "¿trrrabajá o no trrrabajá?", con una voz que sale de la garganta raspándola. Habla, cuando tiene que comprar algo, lo hace. Casi a los gritos puede decir "Una máquina de afeitar", pero de la misma manera que dice "trrrabajá". El día que muera, una fecha imposible de especular porque Aguarrás no tiene edad, tendrá que "enloquecer" otro para suplantarlo. Eso de loco es un rótulo, un hipotético cartelito. El viejo y trillado debate acerca de qué es estar loco. Si a cualquier "cuerdo" se le ocurre decir que el rojo es verde, será condenado y se considerará que se pasó al otro bando. Nadie sabe muy bien de dónde salió — ¿acaso él trabaja? ¿por qué le dicen aguarrás y no pintura? — puesto que no nació en Martín Coronado ni se crió ahí — ¿padres, hermanos, mujer, hijos? — pero tampoco se sabe cuánto hace que se instala en esa esquina y patea por esas calles – nunca cerca de la estación, quien no se adentra en Coronado, no tendrá el gusto de conocerlo – Está ahí como si se hubiera bajado mal de un colectivo y decidiera quedarse para siempre. Tuvo un accidente hace muchos años, algunos sospechan que le sucedió en el trabajo.
Después de escribir esto, me enteré de buena fuente que labura en una fábrica de papel higiénico.
Es más fácil llegar hasta la capital que llegar hasta el barrio vecino. ¿Qué mente perversa dio a luz un bondi tan nefasto como el 326?. Cuando está de buenas, pasa cada media hora. Y los choferes de esta línea, ¿qué opinan, cuánto tardan para llegar a su casa después de trabajar, qué colectivo se toman, en qué barrio viven, cuánto tiempo lo esperan?
Cuántos perros que hay en las terrazas y ladran a la gente y a otros perros al pasar. A menudo alguien se pregunta (especialmente si es alguien que no gusta de los perros) ¿para qué lo quieren de mascota? ¿cómo duermen, o se relajan en esa casa?. Y si el observador pensativo es amante de los canes, se preguntará ¿cómo se siente ese perro ahí, tan exiliado del mundo, que tiene que ladrar a voz en cuello para que no se olviden de que existe? O también pueden pensar en esto (los que los quieren y los que no) ¿qué pasaría si los liberaran, a dónde iría a parar el resentimiento contenido en la terraza, acumulado en días de lluvia, frío, calor y soledad?. Difícilmente entren ladrones por esas terrazas (de todos modos lo harían por la puerta, sin dar tiempo a que la familia acuda a su perro "malo"), pero si los milagros vinieran del cielo, tal vez no querrían descender ahí.
En este verano fallaron los higos, ¿qué les pasó?. Están, pero no han crecido dulcemente. Se encuentran pequeños y avaros, bien aferrados a sus ramas. Y en esta novela nadie se dio cuenta que no han madurado, ni siquiera Brenda y su familia, que tienen una higuera en el jardín. Tampoco hubo nísperos en primavera. Pero las uvas chinche sí alcanzaron su punto, qué lástima que a nadie le gustan.
Dafne Mociulsky

Las fotos de Nacho son poesía, link recomendado: www.fotolog.com/eleste. Y, para variar, otro cuento mío, bastante viejo ya.

Ahora y después
(esto lo soñé)


Estoy embarazada. Me lo acaba de confirmar esa típica voz a base de cables y plástico (pero tan terroríficamente femenina) que surge desde el liliputiense parlante que tiene el test de embarazo en el extremo inferior de la barra: "El test ha dado positivo. Usted tiene un embarazo de veinte días, aproximadamente. Consulte a su médico". ¿A quién se lo diré primero? ¿A Pato o a Antonio? ¿De quién será?.
Llamé a Pato, ya que la última noche apasionada de mi vida la pasé junto a ella. Mientras discaba los números con dedos trémulos e indecisos, me percaté de que el perfume de Pato se había impregnado en el aire de mi habitación, sí, se había posado y luego posesionado sobre y de todos los objetos; eso no era bueno, para Antonio, pero era tan agradable... esa esencia de almendras y mujer. Antonio huele a otra cosa, un injerto de frutas, desodorante y jabón en polvo, aunque leve y suave, como el aroma que se guarda en un cofre debajo de la cama y se evapora poco a poco cuando uno duerme, y se mezcla con el argumento de los sueños.
Pato vino apurada y sonriente. Pronto estrenará una obra junto a su grupo de teatro, tal vez salgan de gira por el interior del país, pero más adelante.
"Estoy embarazada", le dije con una tristeza autómata, que me recordó a la voz inhumana del test. "Vamos a tenerlo", opinó Pato, aunque más que una opinión fue un enunciado irrefutable; me angustié un poco y miré mi sombra que se desparramaba a lo largo de la vereda; ella me tomó por el mentón y me mostró una sonrisa impositiva, ante la cual nada podía decir yo, más que un tímido "vamos a ser mamás" con signos de exclamación a medias.
Antonio me invitó a comer unos helados. La brisa que venía del mar resultaba inofensiva aún, faltaba poco para que comenzase a refrescar. La fuente del verano ya estaba semivacía y enviaba hacia ésta zona del planeta los últimos vestigios de calor. De todos modos, Antonio y yo consumíamos helado durante todo el año, otra de las tantas cosas que tenemos en común. También nos gusta nadar mar adentro. Ahora tendría que empezar a cuidarme más, ya no podría nadar de ese modo, ni jugar al fútbol (mi equipo se quedaría sin arquera, inevitablemente).
Para Antonio modifiqué las palabras que armaban la noticia, fui más sutil. Me sorprendió su reacción, se encogió de hombros, chasqueó como resultado de un gesto raro y luego dijo: "Y... dale, vamos a tenerlo, después podemos dárselo (o dársela) a mi vieja para que lo críe, porque ella está muy sola. Tu vieja también podría criarlo, no tiene nada que hacer... podrían criarlo las dos, ¿no?" y yo no dije nada, tenía la boca llena de helado. El hablaba con la boca llena, me daba gracia y vergüenza ajena y él lo sabía, por eso se apresuraba en masticar y continuar con el desarrollo de lo que me estaba diciendo. Después se fue a estudiar y me quedé sola. No me gusta estar sola, y menos si estoy mirando al mar en el atardecer. Pato cuida más esos detalles, porque los recuerda mejor que Antonio, pero ella jamás me invita a comer helados, y eso que ella sabe que me encantan, pero Pato vive a dieta y, aunque siempre está gorda, sigue intentando bajar de peso (es que en realidad quiere ponerse mis pantalones pero no le suben ni a la rodilla).
Dicen que hablo pavadas todo el tiempo. Me lo dice todo el mundo. También me dicen que soy ingenua, pero, ¿por qué?. Siempre digo cosas que tienen algo que ver con el momento o con el tema que se esté tratando, y bueno, tengo que admitir que a veces alargo un poco mis palabras y comienzo a adjetivar y ornamentar mis interminables relatos, que a veces surgen de observaciones efímeras o recuerdos fugaces, entonces me pasa lo peor: hablo tanto que me pierdo entre mis propias palabras y ya no sé lo que digo, mas tengo que continuar porque mis interlocutores esperan con ansiedad el climax y luego el desenlace del relato, y ahí, en ese terreno fangoso, la embarro más y más, porque pretendo ser imponente y digo cualquier disparate con tono severo y mirada firme, pero el tono sobreactuado y la mirada firme en un punto mal escogido. Entonces, ¿qué hago conmigo?.
La primera persona ajena al triángulo que elegí para transmitirle la buena nueva, fue mi abuela, que vive conmigo. En realidad no es mi abuela, no es la mamá de mi mamá ni la de mi papá; en realidad no sé quién es ni de dónde salió, sólo sé que se llama Eloísa, y que es mi abuela. Ella me observó por debajo de sus lentes partidos y antiguos, su mirada fue sombría, creo que me sonrojé por un instante, ya que enseguida sonrió y dijo: "Tenélo, de todos modos lo voy a criar yo". Entonces comenzó a tejer escarpines blancos - Mostráme tu mano - me dijo y obedecí, le mostré la palma "es un varón", afirmó y extrajo de su morral un ovillo de lana celeste. Sentí náuseas y corrí hacia el baño para vomitar. Tenía que descansar, puesto que con alguna de mis parejas saldría aquella noche.
Me decidí por Pato. Ella habla mucho y siempre dice cosas interesantes, pero a veces me aburro porque no la entiendo y ella no me explica nada y cuando le pregunto algo como "¿Qué significa onírico?", me mira con el rabillo del ojo, me evita durante algunos minutos en los que permanece callada y reanuda su monólogo. Cuando es así, prefiero estar con Antonio, porque él me escucha y me mira a los ojos, claro que después de escucharme siempre me devuelve una implacable "crítica constructiva" acerca de la vacuidad de mis relatos, que no es otra cosa que un insulto encubierto y sofisticado, mas es preferible eso a lo que se lee en la mirada de reojo de Pato: un simbolismo claro y contundente de la decepción y la desazón que le causo. Pero Pato es buena y sé que será una excelente madre. Antonio también será un buen padre y mi abuela, mi sacrosanta abuela, ¡qué puedo decir!.
Pato y Antonio no se conocen, bah, sí se conocen, pero de vista. Son muy celosos, por eso blanquear la situación me resulta inabordable. No obstante, debo decidirme y no sé cómo hacer, ¡ay, si fueran menos celosos!. Decirles que estuve jugando a dos puntas es complicado y trágico, pero no es nada a comparación del hijo que puede ser de cualquiera de los dos. ¿Qué hago?.
Elaboro mentalmente el momento... y lo único que se me ocurre es decirles: "Y bueno, jódanse por ser tan posesivos. Yo no soy un mueble, un plato, quiero decir que no soy una propiedad, un objeto inanimado del que pueden apropiarse", aunque sé que jamás me animaría a decir lo que pienso, porque me retarían muchísimo y quién sabe cuándo se les pasaría el enojo. Pero, ¿por qué tienen que ser así?, ¿no podemos ser todos amigos y compartir nuestras integridades?. Sinceramente, no logro imaginar un desenlace positivo.
Estoy de cuatro meses. Ya tengo un poquito de panza. Todo el mundo me mima, me regalan cosas, me compran golosinas, me ofrecen el asiento... pero el precio es muy caro: parece que me quitarán a mi bebé ni bien lo de a luz, pues todos tienen muchísimos planes, ¿me dejarán amamantarlo?, mi abuela ya se pronunció en contra de semejante barbaridad "¿Para qué te vas a arruinar los senos, m`hija, ahora que existe la leche de fórmula?". No creo que pueda y tampoco podré tenerlo a upa, porque tendré un promedio de cuatro visitas por día (sin contar a sus progenitores, situación no resuelta), mi mamá, mi papá, mi hermano y mi tía Ofelia, todos fervorosos brazos dispuestos a librarme de la labor de estar cargándolo todo el tiempo. ¿Seré útil para algo?.
Después de todo, es mejor así, hay quienes crían a sus hijos en la más cruenta soledad y autonomía, no creo que sea mejor, digo, ¿cómo hacen para bañarse o cocinar si están solas con un bebé criado solamente a pecho?, es un horror, yo no me animaría a pasar por eso, el bebé sería un trastorno para mí... aunque, no lo sé... me molesta un poco todo este ofrecimiento de ayuda... me marea, me confunde.
El equipo me va a extrañar, no lo demostró, ninguno de los muchachos dijo nada, ni un miserable gesto emotivo, pero yo los conozco y sé que me extrañarán, porque yo era la única mujer del equipo. Si bien era arquera suplente y jugué sólo dos partidos en tres años (me utilizaban siempre para las prácticas) y tampoco éramos precisamente amigos (es más, nunca tuve sus números telefónicos, ni sus direcciones de correo electrónico), estoy más que segura de que me extrañarán, porque sé que se han acostumbrado a mi presencia. Yo era para ellos como los adornos de la cocina, como los estampados de los azulejos, como los colores de la cortina de la pieza de uno, esas costumbres visuales en donde, en cierta forma, se descansa, ya que esos objetos, o colores, o imágenes, o presencias comunes, generan esa seguridad en la que uno se relaja y así se forjan las decisiones victoriosas. Ya sé que hablo pavadas, lo que acabo de expresar es obsoleto, no sé lo que dije, toda esta verborragia es fruto de la tensión. Ah, cierto... el equipo, ¿añorará mi sentido del humor que nunca les causó gracia?, ¿se cotizarán mis chistes desde ahora?. Tenía el presentimiento, durante el último año, de que cosecharía el resultado de la siembra de mi tenacidad: tres años asistiendo sin falta. Siempre sentí que estaba cerca, que un mes más, dos meses más, que para tal fecha, que para las fiestas... creo que siempre estuve cerca de la integración total, es más, antes de retirarme, durante las últimas dos semanas me sentí más cerca que nunca, era una sensación bastante honda, como si pudiera olerse la posibilidad. Me emocionaba cada vez que me dirigían la mirada, y cuando alguno me decía algo, era una conmoción, una fiesta emocional que disfrutaba en silencio. Pero me fui y me quedé con curiosidad.
Con Antonio el tema del orgasmo es tabú, nunca se habla de eso. En cambio con Pato es común
- ¿Llegaste? - me pregunta después de cada coito y yo siempre le respondo - Creo que sí.
- ¿Cómo "creo"?, deberías darte cuenta - y vuelve a explicarme pacientemente qué es exactamente un orgasmo, aunque utiliza palabras demasiado complicadas para brindar una explicación, o términos que no entiendo, entonces la interrumpo con preguntas como: ¿Dónde tenemos el punto G? ¿Qué significa felatio? ¿Qué quisiste decir con eso de "intentar acabar juntas"? y ella se detiene en cada punto y me obsequia unos análisis brillantes acerca de cada ítem, pero son tantas respuestas que no puedo retenerlas, son como mariposas inquietas y de diferentes colores que no están dispuestas a asentarse en un mismo compartimento, al menos, así funciona mi cabeza.
Cuando era chica, teníamos un juego con mi hermano que consistía en chocar codo con codo, cosa dificilísima y resbaladiza; cuando lo conseguíamos, mi hermano decía -¿Viste qué satisfactorio que es?, es como cuando tenés muchísimas ganas de mear desde hace dos horas en un viaje en colectivo y finalmente podés mear - no sé por qué siempre aparece este recuerdo cuando Pato me quiere explicar qué es un orgasmo. Quizás será porque el orgasmo debe parecerse a eso, una mezcla de chocar codo contra codo y mear después de una larga espera, ¿no?. Lo más parecido a eso me pasa más a menudo con Antonio, que nunca está tan pendiente de mi placer y se comporta naturalmente. Esa indiferencia me excita más que el habitual y minucioso recorrido que efectúa Pato sobre mi cuerpo, que me hace pensar en la labor de un pintor de paredes con su rodillo, preocupado por cubrir cada átomo de la superficie con la inmaculada pintura nueva. Sí, hablo pavadas.
Anoche dormí con Antonio y, por ende, no dormí nada. La pasé muy bien. Ahora que tengo panza me mantengo sobre él durante las relaciones sexuales y descubrí que de esa manera obtengo sensaciones raras y prolongadas (deben ser esos orgasmos múltiples de los que tanto habla Pato). Antes no permanecía en esa posición tanto tiempo, ya que enseguida comenzaban a dolerme las piernas. Ahora me habitué al dolor y aprendí a ignorarlo, ya no puedo tenerlo encima de mí (a veces extraño la piel de su espalda, que tanto acariciaba mientras gemía). No le dije nada de Pato.
Esta mañana, mi abuela nos miró de manera misteriosa mientras nos cebaba el mate - ¿Qué pasa, Doña Eloísa? - le preguntó Antonio, pero ella se encogió de hombros, sorbió su último mate con yuyos y permaneció taciturna en su mecedora, con los párpados entrecerrados y una expresión muda y sorda. De repente caí en la cuenta que mi abuela ya sabe que dentro de un par de horas debo encontrarme con Pato. Ella está ansiosa y espera que me deshaga de "ambos dos", me aconsejó mucho sobre esto, pero yo no le dije nada, ni sí, ni no, ni blanco, ni negro.
- No debería hacer tanto calor - me dice Pato - Ya es primavera.- le contesto sin agregar nada más. Pato está radiante hoy, ¡qué hermosa sonrisa!. Decidimos pasear por la playa - Vamos a ser por un rato turistas dentro de nuestra propia ciudad, para no perder el asombro - me propone, y me parece una buena idea. Nos cruzamos con un artesano, lo conocemos de toda la vida, pero lo tratamos como a un perfecto extraño y observamos toda la mercadería que compone al stock de su paño: pulseras, aritos, anillos, bikinis de hilo, y etcétera. Nos compramos dos anillos de coco exactamente iguales y nos besamos. El viento me molesta bastante, me despeina y me eriza la piel, entonces me aprieto contra el perfil del cuerpo de Pato, que está acalorada y agitada por la caminata sobre la arena seca. Nos detenemos frente al edificio del Hotel Isla. Es verdad, hay que mirarlo una vez más por primera vez. Tienen razón los turistas: parece que flota sobre el mar, es que está situado sobre una curva extraña y a lo lejos (con sólo dos o tres cuadra basta) surge ese efecto, es como si estuviera apoyado sobre nada, una isla erguida de cemento y confort, una belleza moderna. Pato me quiere llevar a su nueva casa, bah, un pequeño departamento al que se mudó recientemente. Yo acepto. Mientras vamos llegando me cuenta cosas floridas, alegres, exaltadas y usa términos más sencillos, debe ser por la primavera, qué se yo.
Llegamos. Hay un poco de olor a encierro. Pato abre el ventanal que da al balcón corrido y nos asomamos para respirar el aire fresco del mediodía, que llega mezclado con diferentes aromas culinarios. No decimos nada, no hace falta. Ella me deja sola por un instante. Yo miro al Hotel Isla y noto algo extraño en su terminación: como que se quiebra y comienza arder, pero, ¿no es justamente eso lo que está sucediendo?, veo gente que se lanza desesperadamente al mar desde los balcones - ¡Vení Pato, tenés que ver esto!- y ella llega justo a tiempo para ver cómo la fracción superior izquierda (lo digo como puedo, sé que un arquitecto o alguien más letrado lo describiría mejor) del edificio se desprende envuelta en llamas, parece un capullo de fuego, una flor bellísima y diabólica que cae al mar. Se oyen gritos y sirenas de ambulancias y camiones de bomberos, pero es en vano: el edificio parece plegarse, es como si intentara realizar una solemne reverencia y se percatara de que está impelido por su torpeza pétrea y que es por esta razón que se quema y se desarma, como quien se quita los cabellos durante un ataque de nervios. Pero esto no tiene nada que ver con mis elucubraciones, se trata de un atentado terrorista, veo a los helicópteros que lanzan misiles. Uno de ellos cae en la vereda, en nuestra vereda, nuestro edificio comienza a arder - ¡Vámonos!- me grita Pato desde el pasillo. Oigo la fusión de todos los gritos juntos y sigo mirando la destrucción del Hotel Isla, y pienso -Qué pena, nunca asistí a ninguna fiesta allí- y Pato retrocede hacia mí y me toma del brazo - ¡Tenemos que salvarnos, pensá en el bebé!- pero ella misma se da cuenta de lo absurdas que son sus palabras, aunque sigue tironeándome, vana esperanza - ¿Para qué, Pato?, la planta baja ya está condenada. No podemos escapar a través del fuego - y no cabe la esperanza de que los bomberos lleguen a tiempo, pues los misiles caen de a montones y no hay nada que hacer, y yo pienso: ¿Qué importancia tiene si anoche tuve o no un orgasmo? ¿Qué importa si lloro, si sufro?. Y si dos segundos antes de morir, en vez de estar acá estuviera en la final de un partido, a cargo de atajar un penal que podría dar vuelta el resultado, ¿cuál es la diferencia? ¿Acaso importa si soy pobre o rica? Tengo hambre, ¿y? también tengo ganas de tomarme un licuado, necesidades que no voy a complacer, ¿cuál es?, ¿acaso no da lo mismo si voy a tener un bebé o no?. Nada, la conciencia de la nada se apoderó de mí y debo confesar que es un verdadero alivio. Ahora entiendo todo, acabo de abandonar para siempre mi cómoda ingenuidad. Pato se va sin despedirse, finalmente se cansó de mi postura. Mejor, así pienso de verdad mientras pueda y digo, quizás por única y última vez: Qué importa, si sólo soy un punto en el universo.

Dafne Mociulsky


Sector aaronístico (dibujo de Aarón, mi niño, en paint) y, abajo, + poemas +

A la izquierda, Bush, a la derecha, el niño fantástico otra vez luchando contra el peor antagonista de todos los tiempos. para contactarse con este joven autor: aaron98ottisor@hotmail.com


Últimos poemas dafnecianos

Alguien pregona veneno para cucarachas
Desde un altoparlante.
Una canilla gotea.
Un niño se aburre en su cuarto.
Oigo la respiración eléctrica
De la computadora
Y un colectivo cada media hora.

Dafne Mociulsky



Los abogados

Los abogados son niños envejecidos
y almidonados
que ya no consiguen álbumes
ni figuritas
y juegan a intercambiarse papeles de colores
requete llenos de palabras,
en grandes edificios multifuncionales,
todo en el idioma correspondiente al juego.
Juegan a tener razón.

Adoran las cosas bonitas
Aman el cine y el tenis.

Se ríen
de los apellidos raros
de sus clientes – pacientes.

Sufren hasta el paroxismo
cuando algo se corre un milímetro
de los márgenes que manejan,
o cuando no se les da la razón:
sufren como cuando eran chiquitos
y los mandaban a bañarse
justo en el clímax del juego, injustamente.

Ahora,
que son nenes y nenas grandes,
poseen muchísimos juguetes
sin los cuales no podrían vivir:
lapiceras, resaltadotes, carpetines,
computadoras, fax, teléfonos, dispenser,
sillas giratorias, tarjetas, cuadros,
ganchitos, clips, banditas elásticas,
muchos libros sin dibujos, expedientes, fichas,
abrochadoras, reglas y tachos de basura,
¡uf!.

Sólo se aburren cuando no los enloquecen,
cuando nadie les discute nada,
cuando al teléfono
le duele alguna garganta de sus cables
y se calla.

A los abogados siempre les gusta la plata.
Un abogado jamás tiene olor a pata.
Si se quitan la corbata,
Juegan al fútbol, y transpiran
las horas sedentarias de oficina.

Los abogados no andan en bicicleta,
ni en patines: prefieren los autitos.

Y trabajan un montón,
casi más horas que los peluqueros.
Solamente para no trabajar
entre diez y quince días al año,
en vacaciones;
y ahí, de a ratos, se ponen algo tensos,
vigilando que el servicio no merezca un juicio.

Dafne Mociulsky

lunes, 5 de noviembre de 2007

Contraferia del 2006, los escritores de la flia con su stand improvisado afuera y un rati botón acechando, obvio que más tarde nos hinchó las pelotas



A continuación, una fusión de retazos poéticos y extracciones de poemas viejos, es una mezcla que ando pegando con cinta scotch en los transportes públicos. Pueden leerse independientemente, pueden armarse rompecabezas de palabras, se puede jugar como guste el que lee

Me gusta abandonar metáforas en espacios huérfanos.

La tristeza es como un jean
que te aprieta la concha.

¡Qué bueno estaría hablar
por teléfono solo!

No hay nada más terrorífico que una hoja en blanco y una lapicera apuntando indecisa.

Esto es tuyo,
pero no es
tu "yo".

Viajé desde Palomar hasta Avellaneda para perder un pulóver negro, que me gustaba mucho.


Tengo más dudas que abrazos.


El estaba hasta en el vino que le era ajeno.
El no estaba,
nunca.
Y yo me abría.

Me basta con este dolor desinteresado que se fusiona
con mi identidad.


El tipo se va, y yo me pongo a pensar en otras cosas.


Cultivo de persona
Con cáscara.
La suerte consistirá
En poder rascarse,
O no.


Me descubro tan equivocada
que tengo miedo
de llegar a asustarme.



Dafne Mociulsky

Qué lindo trapo!!!, ¿no?

poemas poemas poemas poemas poemas.............................


Y bueno, hay palabras
que no funcan como semillas para otras palabras,
y hay, también, oraciones enteras
que agonizan y luego mueren de inutilidad,
se las traga el tiempo-espacio
a través de sus grietas como bocas abismales.
Y si alguien dice algo, nunca es cierto,
y si lo piensa, tampoco es cierto, y si es cierto,
no tiene ninguna importancia.
El hombre y el lenguaje atados.
Qué bonito es adornar el aire diciendo nada,
qué lindo que los renglones pinchen las redes,
pero qué futilidad, qué silencio, qué distancia.
Convencionalismos
esto se dice así, aquello se dice asá,
y yo quiero romper todo
porque hay demasiada vereda para apoyar los pies
y nadie dice en dónde pisar, entonces piso
las palabras que se caen, otoños intelectuales, restos,
resacas verbales.
Hoy tengo verborragia.



Rolling Stones
Asesina de significados,
eso quiero ser.
No tiene nada que ver, pero:
Soy menos puta que el resto del mundo,
porque esta mañana me levanté con resaca
(simbólica y no)
y me corté unos mechones de cabello
para estar más fea.
Comezón de psiquis.
¡Puaj!, mi boca es un cementerio
de besos y lágrimas. Mezquindad.
Hielo aquí, hielo acullá,
en mi cama, en el pecho y,
sobre todo, en el entrecejo
(no más nada, por favor).
Contacto con el prójimo...
Vaga impresión en el subconsciente,
gota de algo,
evaporación efímera.
Que estamos solos,
que lloramos y nos masturbamos,
que por algún lado tiene que salir
ese incordio,
si no es por los ojos será por el sexo
en soledad o en compañía.
Festejo, ¿acaso no es el llanto
la celebración del dolor?
Que no es que uno quiera
cocinar al otro y almorzarlo,
Nadie sabe lo que quiere
pero tampoco es eso.
Mariconear, siempre.
No amar, otra rutina.
¡Ufa!, hoy sí que estoy triste
y fea
y tonta.
Y este flequillo, la verdad...
Me queda horrible.
Dafne Mociulsky

Yo, Dafne, en la 3º Feria del libro Independiente, 3/12/2006, en la Asamblea de Palermo. Las chicas de la FLA te pintaban la cara en la barra



Principio de la Segunda Parte de mi novela "Martín Descoronado". Para comprender este fragmento, aclaro que esta es una novela chusma. Osvaldo y Cintia "la china", eran pareja, pero a Cintia le gustaban las mujeres y por eso lo dejó por Paula y él, sintiéndose muy herido, decidió mandarlas al frente con sus respectivas familias... con el aliciente de que los padres de Cintia son testigos de Jehová, uh!

SEGUNDA PARTE


Si la china hubiera sido más chica, no la hubieran echado de la casa; pero sus padres consideraron que con sus 25 años ella, para bien o para mal, ya tenía su carácter formado y ni la iban a convencer de hacerse testigo de Jehová o que le gusten los hombres.
Después de conversar con Osvaldo, padre, madre y hermana de Cintia entraron al cuarto de ella y comenzaron a vaciarlo, empaquetando todas sus pertenencias con suma prolijidad. La china se había quedado en la casa de Paula que, a su vez, vivía también con sus padres y esperaba el rompimiento. Todo esto entra en el mismo día; a las tres de las tarde Osvaldo habló con los padres de la china y a las seis estaba citado con los padres de Paula. Ellas habían pensado en varias cosas: hacerle un piquete en la puerta, cagarlo a palos, ir a buscarlo antes y tratar de hacerlo razonar, en fin, era más bien un pasatiempos, un esperar el momento sin estar calladas. De alguna manera estaba subrepticiamente bueno esto de no tener que exponerlo ellas.
Brenda llamó a la china a las cinco de la tarde para preguntarle si había alguna novedad, como no la hubo, la novedad fue de Brenda, que se ofreció para albergarlas en su propia sub – casa y que hasta había vaciado un sector del placard y que Ariel estaba dispuesto a donar un colchón - ¿y tus viejos? – preguntó la china, haciéndose a la idea – ya están curados de espanto conmigo – adujo, y le dio unas pinceladas más a ese cuadro que telefónicamente parecía tan sencillo y feliz. Lo triste del asunto era que Paula se llevaba relativamente bien con sus padres y hermanos. Paula no había trabajado nunca, porque ni bien concluyó sus estudios secundarios comenzó la carrera de Periodismo y, tras terminarla en cinco años quiso comenzar otra carrera que, ante la sorpresa general, eligió Derecho. Como la UBA quedaba lejos sus padres decidieron hacerse cargo de las cuotas de la universidad privada más cercana. En esta instancia Paula estaba en segundo año y aún dependía económicamente para todo de sus padres. No comía si tenía que cocinar ella misma y no lavaba ni sus bombachas, tampoco hacía su cama, no secaba el piso después de bañarse, jamás guardaba nada de lo que usaba en su lugar y dejaba frutas mordidas en la heladera que nunca volvía a comer. Y sus hermanos eran más sucios que desconsiderados y más vagos que conflictivos. Ambos tocaban en la misma banda de "rock latino", Paula iba a verlos, y por eso conocía tantos lugares de la capital que a la china ni le interesaba conocer. Desde que estaba junto a ella, salía mucho menos, a penas una vuelta por "El monarca" de vez en cuando. La china no quería admitirlo, tampoco hacía falta, todos sabían que le tenía miedo al tren, además de odiar a los colectivos. El menor de ellos estaba al tanto y estaba dispuesto a apoyar a su hermana con su pareja, pero le aclaraba determinados puntos cuando conversaban acerca de este nuevo tema: que tenía que buscarse otro lugar para vivir, preferentemente en otro barrio, que tenía que buscar trabajo ¡urgente! y que se bancara lo que viniera – Y no cometas la infantilidad de enojarte cuando se digan barbaridades en plena rabieta – le subrayó especialmente.
Mientras tanto, faltando diez minutos para las seis, Paula y Cintia decidieron abrazarse tanto como les permitían sus fuerzas y así, pegadas la una a la otra, inmóviles como algo que no pasa, esperaron que se pudra todo. Cuando la puerta se abriera, ellas estarían juntas de verdad.
A las seis de la tarde y dos minutos llegó Osvaldo a la casa y fue recibido por Isabel, la madre de Paula, en la cocina. Le ofreció mate y tortas fritas, que eran su especialidad y las hacía muy a menudo. El no quería nada de eso, pero aceptó para evitar una incómoda insistencia. Isabel sabía que esta visita no auguraba nada bueno. Supuso que le vendría a decir que su hija se drogaba o que andaba con gente rara; ya había pasado por esto con sus dos hijos. El segundo ni dolió. Después hablaría con ella y le diría lo mismo que a los otros: "Me estás enterrando viva, dejá eso por favor. Yo te parí y te cuidé con amor, ¿por qué te destruís, qué te hace falta?, ¿no pensás en tu familia?", aunque súbitamente le pareció que no se trataba de eso: nunca le había visto los ojos enrojecidos, ni la vio comiendo compulsivamente, o pasando horas frente a la tele cambiando de canal y riendo prolongadamente – Decíme, querido, ¿de qué es que querés hablar?, la verdad que me dejaste preocupada. No es nada grave, ¿no?
- Depende de cómo vea las cosas usted. Mire, su hija es lesbiana, Paula y la china son pareja – la mujer rió de buena gana - ¿Qué decís?, ¿de mi hija estás hablando?, ¡estás loco!, ¡si a ella le gustan los hombres, lo sé!
- Yo ya le dije lo que tenía que decirle, y si no me cree, pregúntele a ella – y con mucha seriedad se puso de pie, la señora dejó de sonreír – Entonces, querido, ¿qué ganás contándome todo esto?, porque algún interés debés tener, no creo que lo hagas por el simple placer de chusmear – Osvaldo no le contestó y se guardó el celular en el bolsillo de la bermuda – la china salía con vos, ¿no? – tampoco quiso contestar esa pregunta y se fue sin saludar.
Las chicas, empapadas en sudor, se desprendieron maquinalmente al escuchar los pasos de Isabel que se acercaban. Golpeó la puerta – Pasá – y se miraron con los ojos muy abiertos durante un segundo que la madre no vio. Ella se sentó en la cama, su semblante parecía calmo – China… yo sé que te querías sacar de encima a ese pobre muchacho diciéndole cualquier cosa, pero hay mentiras mejores y menos dolorosas, ¿no te parece?, me dio pena, pobrecito, ¿por qué no vas y le decís la verdad?
-Bueno, pero no por ahora, quiero esperar un poco más, al menos hasta estar segura de que no sienta nada más por mí, ¡no sabés lo denso que es!
-Sí, ya veo, y encima, ¡buchón!
-¿viste?, y tiene un par más: celoso, amargo, pijotero, pesado, en fin.
-Sí, todo un aparato – dijo de repente Paula, que no había emitido ni media letra en media hora y se sintió el aliento añejado al hablar – Está bien, chicas, pero que esta pavada no dure mucho, después la gente murmura, ya saben cómo es. ¿Les traigo tortas fritas?

Tapa de "Martín Descoronado", novela. + abajo, la "introducción necesaria" de la novela


¿PUEDO VOLVER A MIRAR LO QUE VI CON LOS OJOS CERRADOS?
O
MARTÍN DESCORONADO
-NOVELA-


Dafne Mociulsky


A la literatura se le corrió el maquillaje,
y cada vez se le ve más la bombacha



RESCATE EMOTIVO
(introducción necesaria)
El último texto que estaba pariendo comenzaba de la siguiente manera: "Cada vez que tengo ganas de escribir, es muy difícil encontrar una lapicera". Estaba pensando en moldear un cuento; hace demasiado tiempo, para mi gusto, que me vengo dedicando a escribir poemas furtivos en la cocina y los voy tirando en una caja de cartón que… claro, a eso voy, sin apuro. El esbozo de cuento en el que intentaría evocar a la nada. Se me había ocurrido un tipo casi alto, flácido, no tan gordo, pero con panza de asado y alcoholes. Cabello enrulado y largo (siempre aprisionado en una deshilachada colita roja o verde) castaño con destellos rojizos, cara alargada, rictus hacia los pies, ¡hasta la ropa había sido contemplada!, remera gris metida dentro del jean sostenido por un cinturón de cuero antiguo y negro, seguramente de su difunto padre, y pienso en una reunión entre hermanos, repartiéndose pantalones, camisas, fotografías y discos de vinilo. A él, que todavía no sé cómo se llama, le quedó ese cinturón, que usa prácticamente todos los días de su vida.
Le quería endosar a este personaje dos cosas que me pasan a mí, una es que, efectivamente, es muy difícil encontrar una lapicera en casa, porque mi hijo, que dibuja, escribe y canta, me las pide amablemente y se las doy, pero después no sólo no me las devuelve, sino que las extravía. Lo mismo me hace con las hojas: cuando finalmente encuentro una lapicera, veo que todas las hojas están dibujadas. La otra es que soy yo quien tiene que convivir con seis gatos, de los cuales cuatro son para regalar. De alguna manera tengo que canalizar mis ganas de matarlos, sobre todo cuando pinta el juego del "frío, frío, ¡tibio, caliente, caliente!", buscando el obsequio indeseado y abandonado en rincones insólitos. También hay dos peces que mi hijo, simplemente, dejó de cuidar desde que se entretiene con los gatos, en fin, resulta que me tengo que encargar de estos peces insulsos que no me despiertan cariño alguno, pero tampoco los voy a tirar al inodoro, ¿no?
En la vida del personaje serían detalles menores, quizás alguna alusión catártica. Este personaje iba a ser reparador de electrodomésticos, aunque en la intimidad de su hogar era mucho más que eso. Por cada frustración, estafa (porque había sido estafado o excluido por un tal Mariano, con el cual tendría una amistad con vaivenes, tensiones, desconfianzas y distanciamientos que germinaban rencores) o decepción, reparaba cualquier desperfecto en la casa o construiría algún mueble, tal vez. Y la madre era diabética, entonces, cuando se entregaba a los excesos del azúcar y los farináceos, se internaba durante un tiempo indefinido en la casa de su hijo porque él nunca tenía nada para comer y, por lo tanto, el nivel de azúcar en la sangre descendía obligatoriamente.
Supongo que hubieran surgido muchos más personajes si el cuento no se hubiera visto accidentado por algo que pasó y que todavía no tengo ganas de relatar. El concepto, la idea, el hilo conductor, sería no contar nada, un cuento que no cuenta, una acción que no se mueve. Tenía unas vagas pautas dando vueltas en mis soliloquios – radio mental que te ataca en los tiempos muertos, haciendo fila, en el colectivo, en el baño – ahora me cuesta acordarme. Sé que la madre se preocupaba tanto por él que éste le ocultaba sus desgracias y una discusión que había tenido con Mariano recientemente, más o menos desde esa situación arrancaría el cuento.
Me cuesta ponerme a elaborar una historia en medio de tanto caos. La extrañaba mucho a Dunia, mi gata. Hacía más de un año que no vivíamos juntas. Sin embargo ya no es lo mismo, ahora tiene cinco hijos, de los cuales sólo pude regalar uno y medio, digo medio ya que Oji, uno de los más lindos, me lo trajo de vuelta Marylin por unos días más, porque el muy boludo llora, cargosea y tiene mala onda con Benito, el perro, que también es cargoso y siempre está alzado pero sólo pretendía olfatear a Oji y el muy cabrón quería arañarle los ojos.
Tiene cierto encanto esto de escribir incómoda, pero cuando vuelva a tener una computadora voy a escribir hasta llegar a sentir orgasmos literarios.
Ariel, ese nombre le hubiera quedado bien al tipo, que le sudaba mucho la nariz y tenía una mirada perdida y alerta al mismo tiempo. Hablaba medio como entre dientes, una voz con atómicas astillas de huesos que le hacen un sonido de fritura como fondo a las palabras. Su personalidad sería el resultado de una mezcla de nervios y timidez, uno de esos tipos que les decís algo y reaccionan con un -¡qué!- como si los hubieras despertado mientras miraban la tele. Y a él le dirían muchas veces esa palabra entre signos de pregunta, es sabido que a Ariel no se le entiende un carajo cuando habla.
Si el cuento no hubiera "muerto" en ese accidente, hubiera tenido anécdotas, como por ejemplo una complicada declaración amorosa. Ella sería una chica del barrio, de la cual gusta desde tiempos inmemoriales. Una chica delgada y petisa, pero no exenta de pechos y cola considerables. Una morocha – tez trigueña, ojos almendrados - teñida de un rubio amarillo y con dos centímetros de raíces negras siempre a la vista. Muy bonita de cara. Lo que no sé es si ella le daría bola, me imagino que un poco sí, ella tendría unos veinticinco años, madre de dos hijos de dudosos padres, viviendo en una especie de sub – casa en el fondo de la casa de sus padres. Trabajaría por las noches en la remisería de la esquina – y no sé a cuál de los dos le pertenece esta esquina – entonces ella andaría con ganas de sentar cabeza, no con Ariel, o quizás sí. Ahora me vino un pantallazo visual diciéndome que a la madre de Ariel no le gusta Brenda - ¡también, con ese nombre! – y a los hermanos tampoco. Ella tendría mala fama en el barrio, que podría ser Martín Coronado, ¿por qué no?, más cerca de Villa Bosch que de Palomar-Ciudad Jardín, ¡es más!, ella viviría detrás de la calle que divide ambos barrios, y la calle de Ariel la última de Martín Coronado.
Me parece re coherente creer que Brenda se haría la gata entre sus compañeros de trabajo, conciente de los efectos de sus jeans ajustados y sus blusas entalladas con largos escotes. No se pintarrajeaba porque cada vez que lo hacía alguno en la calle se confundía y le ofrecía dinero a cambio de sexo, ante lo cual reaccionaba como una verdadera barra brava - ¡Soy una madre igual que la tuya, hijo de puta! – nunca se daba cuenta de lo paradójico del enunciado. Brenda sería una mujer muy irritable, con el cinto a mano por si alguno de sus hijos la distraía de la contemplación de sus telenovelas. La madre de Ariel también era adepta a las mismas, y qué pena que Brenda le cayera mal, porque si todo hubiera cerrado como Ariel quería, ellas compartirían el mate y los bizcochos de grasa mirando las mismas boludeces, pero claro, en ese cuento la onda era que no pasara nada, y por eso no pasó.
Ese cuento tenía, o tiene, un karma individual.
Brenda tiene un amor imposible, bueno, dos. Uno es el padre de su primer hijo, concebido a los quince años de edad. Estaba emocionada, primer verano que la dejaban ir con la familia de su amiga que tenía una casa en San Clemente. En una calurosa tarde de playa lo conoció, un artesano que andaba con su parche lleno de anillos y aros de aquí para allá. Conversaron un rato, se gustaron y quedaron en verse. Esa misma noche, mientras toda la familia dormía, ella se escapó para "aparecer casualmente" en donde él le había dicho que tiraba el paño. El se sonrió al verla y la invitó a quedarse con él.
Y Ariel, más o menos en aquella misma época, estuvo a punto de casarse con una gorda que lo volvía loco. Claudia, se llamaba, si mal no recuerdo. Habían estado noviando sin pena ni gloria durante un frío año, entonces ella consideró que era el momento de formalizar y, ante las ininteligibles negativas sin explicación de Ariel, a ella se le fue agriando el carácter. Le abría una causa por cualquier nimiedad y se aprovechaba de que su suegra la adoraba. Cuando sentía que perdía en una discusión, la llamaba a la diabética sin nombre para que interviniera en su favor telefónicamente. Hasta que un día, como era de esperarse, a Ariel le llegaron los huevos hasta el piso y la dejó sin remordimientos.
Claudia intentó recuperarlo de mil maneras imposibles, con todo el apoyo de la suegra diabética y los cuñados inclusive, pero no hubo caso. Si bien Ariel era tímido, también era determinado y terminante en sus muy pocas decisiones fuertes.
En su fuero interno se permitía la desdicha de haberse enamorado de la chica linda del barrio, aunque fuere a la vez vista como la más puta. A él no le molestaban los rumores; cuando se imaginaba a sí mismo junto a Brenda, pensaba en todas las piñas que repartiría a quien hablara mal de ella.
En una parte no muy lejana a la discusión con Mariano desde la cual arranca el cuento fallido, él había estado tratando de acercarse a ella: se había enterado de que se le echó a perder el burlete de la heladera. Así fue que él se "apareció casualmente" ante Brenda en la remisería del mismo modo en que ella, diez años atrás, se apareció ante Manuel, "Manu", el artesano de San Clemente que era santafesino, con el cual hizo muchas cosas por primera vez, como fumar porro, beber hasta emborracharse y hacer el amor. Cuando se despertó, se percató del quibombo en el que se había metido, la estarían buscando por todas partes y ella buscaba su bombacha entre los pliegues de la bolsa de dormir, que estaba abierta como una flor manchada con mugre. Y Manu partía esa misma tarde hacia Mar del Plata a reunirse con unos primos y amigos. Ella, un poco aturdida, decidió irse con él que, también menor de edad, aceptó su compañía naturalmente.
Ariel le ofreció sus servicios de reparador "de onda", y se sintió tan grotesco, tan obvio, tan poco seductor, sin embargo ella accedió agradecida, puesto que si algo se le rompía, roto quedaba. Después del tema del burlete comenzó a frecuentarla más a menudo, invariablemente para repararle algo. Nunca supo sacarle charla o hacerla reír, de todos modos lo invadía una inmensa felicidad por estar cerca y sorber esos mates dulces que ella le cebaba mientras trabajaba.
Yo me había propuesto no contar nada, pero esas guías son perfectamente vulnerables y volubles, porque hay veces, si no son casi todas, en que la historia se va haciendo a sí misma, que los personajes viven más que uno y te usan como instrumento para ir a plasmarse abrazando las hojas blancas y lo hacen a través de palabras que buscan su hábitat como insectos perdidos. De alguna manera me mentí o me equivoqué, porque para no contar nada hay que construir la misma cantidad de elementos como para contar algo. A los personajes, al menos a éstos, les da lo mismo que sus conflictos se resuelvan o no. Ellos, ahora lo veo, se conformarían con un "rescate emotivo". Qué lástima que no pude hacer nada al respecto. En vez de estar acá, lamentándome por lo que no pude escribir, debería estar limpiando mi casa, o poniéndome en campaña intensiva para regalar los gatitos - ¿querés uno? – y pedirle un turno a Dunia para castrarla, ¡está alzada otra vez! Quizás por eso vengo a refugiarme en este cuadernito Gloria en la cocina y divago. Tal vez me fui convirtiendo en escritora para no hacer nada más, pero esto no pasa, es decir, no es así. Todo lo que transcurre me potencia, me detona, me inspira lo que la gente dice, lo que se vende, lo que se compra, lo que tiene pelusas, lo que tiene pinches, los colectivos, los subtes, las bicicletas, los envoltorios de golosinas en las zanjas, los tristes sapos reventados, los niños, las moras de mi barrio que me dejan las uñas manchadas, los supermercados, las orejas de las cajeras, los vasos de vino cuando están solos en una mesa, las verdulerías, los fileteados de los camiones y 100%100 TO LUCHA.
Y me inspira Brenda, sobre todo, que fue haciéndose más fuerte que Ariel. Cuando Brenda, con lo puesto, sin un mango y quince años de absoluta inexperiencia subió al micro junto a Manu, supo que se arrepentiría más luego. No sabía muy bien qué quería, no obstante, entre la neblina de su confusión podía distinguir el deseo de "ser grande" y poder tomar un micro como ese con un muchacho como ese.
Durante una semana convivieron dentro de una carpa en un camping, hasta que ella no aguantó más y llamó a sus padres, que le prometieron que no la cagarían a trompadas y que la extrañaban mucho. En cuanto a Manu, sólo le quedó un número de teléfono con la característica de la ciudad de Santa Fe, donde él no pudo asegurarle en qué fecha llegaría, porque el plan de ese verano era llegar a Ushuaia. Entonces le pagó el pasaje de vuelta y se despidieron apasionadamente.
El retorno de Brenda fue terrible, la cagaron a trompadas y le prohibieron todo tipo de salidas. Pero eso no fue nada, cuando Brenda, previo atraso mediante, se realizó un test de embarazo y le dio positivo, comenzó a llamar frenéticamente a Manu, con la esperanza de que él se hiciera cargo y la llevara con él a dar vueltas por el mundo con bebé incluido. Sin embargo nunca nadie atendía el teléfono en esa casa. Pasó un mes entero y mientras tanto nadie sabía nada, excepto unas pocas amigas de confianza. El día que alguien contestó una llamada, supo que Manu todavía estaba viajando y aún no se sabía cuándo volvería. El correo electrónico no se había masificado por aquel entonces y ella, apaciblemente desesperada, tuvo que esperar un poco más. Pasó otro mes entero y Manu mismo contestó una llamada un lunes por la tarde, y fue sólo para decirle que, finalmente, se había reconciliado con su ex novia, con un tono natural y hasta un poco risueño. La sorpresa fue tan maldita que no pudo decirle nada. Toda su familia se enteró que estaba embarazada viéndola, el volumen de su vientre no dejaba duda alguna. Por eso cada vez que Brenda ve una feria artesanal llora y espera encontrarlo, como apareciéndose de casualidad. Es que nunca dejó de extrañarlo. Volvió a llamarlo mil veces pero nunca más dio con él y con el tiempo dejó de insistir, sin olvidar.
Y Ariel se dio por vencido, digamos, cuando fue a taparle unos agujeros en la pared con enduído y apareció Franco, eximio drogón del barrio, y la saludó con un beso en la boca. Le dolió, ¡justo con el más merquero!, pensaba y dedujo que podía ser cierto lo que se rumoreaba: que él era el padre de la nena, pero estaba casado y las cosas se mantenían en un equilibrio a punto de colapsar, aunque faltaba para eso, las ollas no se destaparían ni hoy, ni mañana, ni la semana que viene – como decía mi personaje Ezequiel Marchini, de mi novela "Animalitos de porcelana", que fue una novela nacida de la nada, sin ninguna idea concreta y cada vez que la releo me da bronca que esté tan relativamente buena, bah, es decir, no haber podido escribir una novela mejor que esa – y para colmo Franco y Mariano son hermanos. Cuando Franco vio al boludo de Ariel laburando así, sonrió sarcásticamente, lo saludó y le invitó un queto, bien delante de ella para que supiera que ese tipo tomaba tanta o más merca que él, sin importarle que Brenda pudiera ofenderse, porque la verdad es que ella le importaba muy poco fuera de la cama.
Y Ariel no volvió a acercarse a ella, más allá de cruzársela todos los días e intercambiar un estúpido saludo vecinal sin beso ni detenerse a conversar.
Me siento mal, miro en retrospectiva y creo que algo se podría haber hecho con todo esto y vuelvo a la caja de cartón en la que iba tirando los poemas furtivos de la cocina. Salí un fin de semana y la caja quedó ahí, en mi pieza, en el piso. No sé qué habrán interpretado los gatitos – porque Dunia no hace esas cosas, tuvieron que ser sus hijos – el punto es que cuando llegué con ganas de seguir escribiendo, encontré sobre las pocas páginas manuscritas del inicio del cuento en la caja, una cruz de mierda, sí, eso mismo: un sorete sobre otro en forma de cruz, y no tuve las fuerzas de reescribirlo. Qué lástima, terminó en la basura embadurnado de mierda. Cuántas historias se pierden detrás de las bambalinas, como abortos de arte.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Yo en la 4ta FLIA, un poquito en pedo

Fragmentos de mi último libro "Martín Descoronado", novela

Osvaldo Frutos estaba sentado al lado de su madre en la mesa, lugar que solía ocupar su hermana que, sin decir nada, tomó el lugar de él enfrente, junto a la abuela. El padre y el abuelo de Osvaldo ocupaban las cabeceras, quedando frente a frente como cada noche de estos últimos veinticinco años. Nadie decía nada hasta que la madre bendijera la mesa ante la comida humeante. Había algo de sorda ansiedad y malestar en todo esto. Osvaldo siempre se recordaba a sí mismo que prohibiría la religión en su casa, pero se le mezclaba casa con familia porque no podía disociarlas. Nunca se le había ocurrido vivir solo. De todos modos, los conceptos que tenía asimilados se le estaban muriendo y, pensando en esto, miró de soslayo el cenicero que estaba en la mesita ratona - ¿Qué mirás? - No, nada. - ¿Por qué no comés? - No sé, no tengo hambre. - A ver, pasáme ese churrasco. - ¡El nene no come, carajo!, dejá eso ahí – ese era el momento, como tantas otras veces, de decir "Tengo 25, váyanse a la mierda", pero nadie más habló y el churrasco se enfrió en el plato. Más tarde se lo dieron al perro.
Ayelén a veces preguntaba por su padre, pero Brenda tenía menos paciencia en este aspecto, le resultaba mucho más humillante y el mal humor que le causaba la pregunta era tal que le cambiaba de tema. Una vez le dijo que era uno del barrio. Ayelén especulaba que podía ser Ariel, o Franco, o Mariano. Después de aquel viaje a San Clemente, Brenda no volvió a salir a más de 30 Km. a la redonda de Martín Coronado, y estas salidas representaban el aspecto más festivo y turístico de sus tres vidas. Ayelén estaba inquieta y no la dejaba conversar en paz, Manuel estaba entretenido con una artesana que le estaba enseñando a hacer trenzas – La llevo a tu hermana a los juegos de la plaza, ¿entendiste?, ¡contestá!, bueno, cualquier cosa, estamos ahí, ¿ves?, listo – Ayelén siempre hacía lo mismo, primero un berrinche bárbaro y después una timidez irritante. Brenda tomó asiento, encendió un cigarrillo y la ignoró.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Esta soy yo leyendo poesía en Libres del sur en Avellaneda (Centro cultural piquetero), más tarde me palmé sobre mis libros.

Este es un poema escrito junto al poeta marplatense Agustín Vispo. Se podría decir que surgió de una observación espontánea, una margarita que nos sorprendió a los dos

Los objetos se repetían y se agrandaban.
Mantras inquietosque se creen únicos.
Conozco a una flor que vive sola,
supuse que era una reina muda o sorda.
Qué presencia discreta
no sé si conserva la calmao tiene la calma en conserva.
El sol nos daba en la espalda y teníamos la cara cubierta de sal.
Las flores estaban a un lado del camino.
Pozo perdido, astilla del cielo, una reina y un caballo.
Las acechantes fueron descubiertasmás tarde,
como el parto de una sucesión de miradas;
probablemente hechiceras bipolares
con penas de ovarios doloridos en los tallos.
Flores un poco más feas, menos pintadas.
Había que examinar la sucesión de esas formas.
Acercar el ojo a la tierra bajo la luz del sol.
No, la reina estaba sitiada
amablemente en el centro
y las microscópicas flores amarillas
solo perceptibles al enfrentarlascon la vista pegada, vigilaban
no podían disimularlo.
La reina está sitiada.
Su centro es su cero.
No manda.
La reina es vigilada.
No mira, la miran.
Dicen que también puede ser que sea ciega.
Agustín Vispo
Dafne Mociulsky

Gus y yo en la 4ta Feria del Libro Independiente y a, mayo del 2007, leyendo el texto de las ballenas de Gus

Este es mi último poema... mi poesía se va expresando en partos cada vez más aislados. Ahora escribo novelas, aunque la poesía siempre está, no sabe ni quiere retirarse de mi vida (a veces discutimos)
Poema feo

Los ascensores cantan canciones aburridas
que quieren terminar.
Se está oxidando el mundo.
Los tenedores de las abuelas
de las generaciones pasadas pasadas pasadas
ocupan algún espacio escondido y plegado en sí mismo.
El cielo llora todas las meadas
que se evaporaron en la historia.
No sé si es tierra lo que piso cuando piso.
Los árboles padecen la dictadura humana.
Cuántos perros estarían dispuestos a comer tus sobras.
Pero yo estoy acá,
aparentemente libre.
Presiento que me voy a quedar dormida despierta
Sobre estos papeles y números.
Acuno ideas cobardes, amordazadas de bruma
Y gris.
¿Por qué estoy acá si no quiero estar?
Ya no soy yo quien viaja en trenes
Y subtes,
Ellos me atraviesan a mí.
Y me hace mal,
tanto, que me olvido
de mirar los reflejos en los charcos
para conseguir un poco de vértigo.
Mi ego se muere en un velorio rústico
Y eso está bien, pero yo no.
Me siguen aleteando las palabras,
anárquicas en mi cabeza.
Voy de un lado a otro
porque no puedo despegar de esta silla giratoria
que no hago girar porque queda feo.
Cuanto más quieta, más agitada.
A mis sueños, en este momento,
Se les pusieron los pelos de gallina.
Dafne Mociulsky