Segundo capítulo de mi última novela "¡Calláte!"
II
Nadie hablaba en este colectivo que se desplazaba lento y silencioso. Ya estaba por llegar, nadie había hablado. Esto se debía a que los pasajeros viajaban solos. La mujer reflexionó acerca de quiénes son los que conversan en los bondis, sacó su cuaderno de la cartera y anotó: las mujeres con amigas, los adolescentes, las mamás con los hijos, las ancianas, las parejas jóvenes y que están saliendo hace poco tiempo. Los que no hablan son los hombres mayores de cuarenta, las mujeres que vienen de una oficina o de una recepción y cierta clase de adolescentes obscuros que la mujer no supo con qué calificativo definir. Un ring tone surca el silencio apenas ajado por el ronroneo del motor y los bostezos agudos de las frenadas – SÍ, YA SÉ QUE SOS VOS, POR ESO NO PREGUNTO… ESTÁS BORRACHO… VOS NO ENTENDÉS NADA, ¿VERDAD?, POR ESO NO ESTAMOS JUNTOS, MIRÁ, CALLÁTE, ESCUCHÁME VOS A MÍ AHORA, HAY TRES COSAS QUE YO ODIO EN UN HOMBRE: LA BORRACHERA, LA GORDURA Y LA VAGANCIA… ¿ME ESCUCHASTE?, SÍ, SÍ, VOS TENÉS UN POCO DE LAS TRES, NO ME JODAS… ESTOY EN EL COLECTIVO, SÍ, DALE, DESPUÉS HABLAMOS, BESOS –la mujer tomó nota extasiada, palabra por palabra, textualmente. Ya estaba en otro mundo, divertida. ¿Qué habría pasado?, la chica no era muy bonita, tampoco tan joven. Parecía de carácter fuerte, un tanto hostil, aunque sincera, la mujer pudo verle eso en los ojos, eso que tiene la gente sincera. Seguramente el muchacho era un desastre y ella quería enderezarlo, pensó y el ring tone de la risa de Homero Simpson volvió a sonar − ¿NO PODÉS ESPERAR QUE LLEGUE A CASA?, SÍ, YA TE DIJE QUE ESTOY EN EL BONDI… ME ESTÁS HACIENDO PASAR UN MOMENTO DE MIERDA –y la mujer tuvo que descender del colectivo.
Había dos calles que la llevaban hacia su casa desde donde estaba, si tomaba por Gral. Bustillo, el camino era más agradable, pero tenía que pasar por la plaza y la vía muerta, lugares que le daban miedo por la posibilidad de toparse con un chorro o con un perro que le ladrara y la persiguiera. La mujer era miedosa, siempre lo fue, así la educaron, así creció, así educó a sus hijos. Lorena era policía.
Tomó por Victorica, que era el camino más largo pero más seguro para su gusto. A pocas cuadras de llegar, frente al supermercado, vio a la misma parejita que venía viendo, sentados en el mismo pilar de la misma casa durante la última semana. Tendrían quince años. Otra vez él lloraba y ella miraba a los costados, aburrida, balanceando las piernas. Nunca los escuchó hablar, pero una vez los vio abrazados, él lloraba y ella tenía cara de huir. Hilvanó las impresiones del día y se le cayó encima un recuerdo de su propia juventud: Horacio Gutiérrez. Estuvo a punto de casarse con él, lo hubiera hecho de no haberse dado cuenta a tiempo que él era alcohólico; pero no, no fue por eso, la mujer se detuvo en la vereda con un dedo apoyado en los labios – LA PRÓXIMA VEZ TE CAGO A PALOS, PENDEJO DE MIERDA, ¿CÓMO ME TRAÉS LA CARPETA ASÍ?, ¿QUÉ TE PASA? –y Horacio se escondió, se perdió en la nube de humo nuevo. La mujer ahora pensaba en como tratan las madres a sus hijos, veía ejemplos en la escuela todo el tiempo, no, no tenía ganas de pensar en esto, esos eran pensamientos laborales que no debían molestarla ahora que estaba entretenida. Buscó a Horacio, lo encontró en una fiesta, en un cumpleaños de su hermana Nélida. La mujer tenía dieciocho años. Llevaba casi un año de noviazgo con Horacio, proyectando casarse. Era él quien la había desvirgado. En esa fiesta él se emborrachó delante de la familia de ella y casi se va a las piñas con un primo lejano que estaba en Buenos Aires por primera vez. Por eso se separaron. Ahora sí recordó el conjunto: él la iba a buscar a todos lados y lloraba pidiéndole otra oportunidad. La mujer por aquel entonces tenía inflado el ego; sin salir del barrio contaba con más de tres pretendientes fijos y cuando iba a bailar con las chicas causaba furor… la mujer estaba a media cuadra de su casa ya, se palpó el vientre, estaba gorda, se miró las manos, estaban descuidadas, casi le costaba creer que era esa misma chica que le rompió el corazón a Horacio Gutiérrez.
Alber no estaba, y era una pena porque percibía que esta noche podría haber convulsiones – Hola má. ¿Sabés donde está Nachito?, yo estuve todo el día acá y no lo vi.
−Debe andar por ahí, Lore, ¿qué te preocupa?. ¿Qué es eso?
−Estoy haciendo una torta para el Cabo Fernández que cumple años mañana, él no sabe nada, es una sorpresa – Lorena se ruborizó y la mujer le sonrió – Pero decíme, má, ¿ni idea de qué hace Nachito?, no me gustan mucho esos pendejos con los que se junta.
−Pero si son un amor esos chicos, los conocemos desde la primaria.
−Escucháme – le dijo Lorena a la mujer en un tono más bajo – me parece que son gays los amigos, qué se yo, se pintan las uñas, ninguno tiene novia…
La mujer rió, sin saber por qué le causó tanta gracia
–Lore, dejá el laburo en el laburo, disfrutá tu franco. Hacé como yo, no te enrosques más, acá no tenés que andar observando lo que hace nadie. Mejor hablemos del cabo ese que te tiene como loca. Decíme, ¿tiene novia el muchacho?
−Mmmm, no, pero no hay una que no se fije en él, es el chico lindo de la comisaría. Pero es más que un chico lindo má, no sabés, con él puedo hablar de todo y no me siento gorda ni tonta ni fea cuando me toca salir a dar vueltas con él. Además es como si él trajera buena suerte, nunca nos tocó ningún problema estando juntos.
−Ay, mi amor, qué enamorada que estás. En estos días me voy a hacer tirar las cartas, ¿querés venir conmigo?
−No sé, después vemos. ¿Y Nachito?, al final no me dijiste nada.
−Que se las arregle ese vago, si viene muy tarde puede calentar las milanesas en el microondas, no le cuesta nada –El ring tone de Lorena sonó antes que la respuesta − ¿Te alcanzo el celular, dónde lo tenés? –la mujer se quedó relativamente cerca como para escuchar la conversación de Lorena. Sí, otra vez la dejaban plantada. No tenía muchas buenas amigas, eso se hacía muy evidente los viernes. Era mortificante para la mujer transcurrir esos viernes y sábados por la noche con Lorena, comiendo pizza, viendo la tele, jugando al chinchón, depilándose mutuamente, tiñéndose o tejiendo. Estaba bien para ella, pero no para una chica de veintidós años. ¿Por qué razón Lorena no era una “chica”?, solía preguntarse la mujer. Lorena carecía totalmente de vanidad, gastaba su dinero en cosas para la casa, no se le ocurría gastarlo en ropa o cosméticos. No tenía hábitos “femeninos”, excepto los básicos. No seducía ni se dejaba seducir, era tan tierna como violenta. Cuando tenía novio era igual.
Lorena se parecía a su padre: ancha de espaldas, gordita, morocha y con ojos alegres, mientas que Nachito se parecía a su madre, a como ella era en la juventud, delgado, grácil, pálido y sus ojos eran pardos. Ninguno de los dos acostumbraba a reírse a carcajadas casi nunca, pero cuando lo hacían, era todo un acontecimiento. El sonido de sus risas era en lo que más se asemejaban los hermanos.
Nachito apareció en el preciso instante en que madre e hija lograron ponerse de acuerdo en cuanto a la selección de la película que iban a ver. Alguien lo esperaba en el pasillo −¿Quién es…?, decíle que pase –resolvió la mujer, comprendiendo el rubor de Nachito. La chica entró casi en cámara lenta, la primera en abordarla fue Lorena, con evidente buen humor, ofreciéndole un vaso de gaseosa. La chica, que se llamaba Evelyn, no fue capaz ni de pronunciar su nombre, Nachito tuvo que hacerlo por ella. Evelyn se sentó en el sofá y permaneció taciturna, observándose los agujeros de la medibacha, mientras Nachito mangueó a su hermana. Esta vez Lorena le dijo que no le prestaba la plata, sino que se la regalaba y hasta se atrevió a darle un abrazo – Vamos Evelyn, se nos hace tarde –la chica saludó como pudo y al pisar la calle recuperó el habla – Disculpá, tenía que pasar por casa, no tengo un mango –le dijo Nachito − ¿No pensás retomar el laburo en la peluquería?
-Mmmm, no sé –Nachito se quedó callado. Evelyn se arrebujaba dentro de la campera de jean y quizás por eso no le daba la mano. Las veredas desfilaban debajo de sus pies; ambos iban cabizbajos, colgadísimos, ninguno de los dos estaba realmente ahí. El pensaba en las tijeras, en el miedo a cortarse accidentalmente cuando les alcanzaba las cosas a los peluqueros. Nachito era hemofílico y muchas veces la realidad se le imponía como cachetazo. Evelyn le dio la mano, estaba congelada. Llegaron a una calle en la que por suerte los árboles no habían sido podados y ya no importó que no hablaran porque sus silencios fueron reemplazados por el crujir de las hojas secas y se pusieron divertidos −¿Qué tal si festejamos el otoño? –dijo ella y juntó hojas del piso, se tomó el trabajo de romperlas como papel picado para tirárselas a él en la cara. Por eso Nachito la quería tanto.
Faltaban muchísimas cuadras y comenzaba a hacer frío, caminaron un poco más a prisa después de esa digresión. No se les ocurría ni media palabra que decirse, pero no era triste. Lo que sí les resultaba algo penoso era que se estaban separando sin haberse unido nunca, no sabían muy bien qué hacer con el amor. Ambos tenían diecisiete años y se asumían como bisexuales.
Algo de eso había soñado Alber, pero no estaba seguro, muchas veces se le mezclaban las proyecciones con los sueños. Si estaba cansado, aburrido y manejando, las películas le salían muy mal. Dialogaba poco con sus acompañantes, que a veces eran dos. Gozaba de sus proyecciones, excepto cuando se desarrollaba una película indeseada que no podía detener porque… le ganaba la curiosidad, también el cansancio que le jodía los reflejos psicológicos. Una vez tuvo que ver el velorio de su mujer durante seiscientos kilómetros, sin poder pensar en otra cosa. Sin embargo lo de Nachito… no, no recordaba con exactitud si lo soñó o lo construyó involuntariamente. Nachito y su mejor amigo se masturbaban mutuamente, claro que eso no se veía, pero se entendía. A pesar de las ganas de vomitar no había podido detener la película, o despertarse, ¿y por qué, para colmo, le venía al recuerdo?, lo mismo que el velorio de su mujer, tan nítido en la memoria que daba miedo, tan bien lo vio que a veces pensaba que si ella moría antes que él y tuviera que pasar por todo eso no podría llorar. Se jactaba de no ser un hombre morboso y criticaba las conductas morbosas, aunque no era capaz de controlar su propia imaginación muchas veces. Con Lorena no le pasaba, a decir verdad, rara vez pensaba en ella. No le gustaba mucho que fuera policía, le daba temor que algo pudiera pasarle, no obstante, en su fuero interno, abrigaba cierta seguridad, confianza en ella, Lorena era una persona cautelosa, prudente y práctica. Intuía de alguna manera que ella estaba bien, porque cuando algo le pasaba a Lorena, bastaba con preguntarle por sms y acertar. Siempre acertaba. Ahora sabía que ella estaba enamorada, no hacía falta que se lo confirmara. Por las noches, en la cama con su mujer, solían hablar acerca de sus hijos, Nachito lo sacaba de las casillas. No le agradaba su forma de vestir, su peinado, su forma de hablar, en cambio a la mujer la exasperaba la soledad de Lorena, la falta de entorno afectivo y no se ponían de acuerdo para hacerse mala sangre.
Estaba llegando a destino, los pensamientos le habían hecho buena compañía, relativamente. El acompañante seguía cebándole mates de manera maquinal.
Dafne Mociulsky
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2 comentarios:
hola, la semana pasada te encontre en sankirtan, se me perdio tu mail, el mio es krsna.balarama@ymail.com para que te comuniques conmigo, cualquier cosa te comunico en chile
hare krishna
que bien que empieza esta novela, como sigue?
ojala la publiquen che
beso grande
ale
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