jueves, 22 de enero de 2009

Fin de la saga "Anecdotario de seres desmontables"

El año pasado empecé a escribir una serie de cuentos, un "Anecdotario de seres demontables", en los cuales se describe un mundo igualito a éste, poblado de gente común y corriente pero con la particularidad de que pueden desarmarse e intercambiar sus partes como si fueran muñecos articulados. El conflicto había arrancado cuando uno de estos personajes, Víctor, malherido de amor, decide tirar su corazón al río Paraná. Tardé un año entero en imaginar qué le pasó a ese corazón y ayer lo resolví y ahora se los expongo a ustedes...


Eugenia se levantó a las cinco de la mañana impulsada por una tremenda acidez. Hacía dos semanas, exactamente, que le venía pasando esto. Había oído decir que hay mujeres que después de cada ruptura se enferman de algo, como su prima Clara, incapaz de poder dormir con sus piernas después de pelearse con el novio, debía quitárselas y dejarlas tendidas en el piso frío, solo así dejaban de dolerle. O peor aún el caso de su propia madre tras haber sido abandonada por su padre: le dolía tanto la cabeza que se la quitaba a cada rato, intentándolo todo; una vez la amarró a una patineta porque alguien le dijo que el vértigo le curaría el dolor, entonces la dejó ir por una bajadita, después le costó mucho trabajo encontrarla entre los matorrales a donde había ido a parar. También, una vez, colocó su cabeza en una olla de fideos (previamente enfriados) por la misma causa. Varias veces la familia se divirtió inventándole remedios, estaban tentados de decirle que nada curaba mejor la jaqueca que una buena sumergida en el inodoro, pero Eugenia puso un límite.
La noche anterior, con bastante trabajo, Eugenia se había extirpado el estómago para examinarlo: no veía esa efervescencia quemante que provoca la acidez, ni veía pedazos de comida mal digeridos. Otra cosa que podía hacer era revisar sus intestinos, pero le llevaría todo el día y tenía mucho que hacer. Además, la angustia era algo inevitable, humano, normal, ¿cómo no iba a sentir nada después de ser tan desdeñada? Pocas cosas en la vida pueden ser más feas que ser dejada por otra mujer que, para colmo, conocía. Se trataba de Magalí, una tonta anoréxica que se jactaba de poder quitarse el torso en cinco minutos, aunque en realidad nunca nadie la vio hacerlo, porque siempre tenía alguna razón para postergar la demostración “que indispuesta no puedo”, “en luna llena trae mala suerte”, o “Ahora después lo hago” y nunca lo hacía.
No quería compararse, pero ¿cómo evitarlo?, supuso que a él le gustaba de Magalí:
-Su delgadez.
-Su risa fácil.
-Su… ¿? No, esto era insultante, evidentemente Eugenia se sentía superior, puesto que ella poseía:
-Dignidad.
-Constancia.
-Metas claras.
-Cabello natural.
-Fidelidad.
-Tetas más grandes.- No obstante, debía reconocer que su sentido del humor dejaba mucho que desear, una idea dolorosa la asaltó “¿Será posible que me haya dejado por no reírme de sus chistes?” y lloró amargamente, lo cual le provocó aún más acidez. Su hermanita, que dormía tranquilamente en la cama de al lado, casi se despierta por los sollozos, entonces Eugenia se contuvo. Muy despacio se incorporó y en puntas de pie fue saliendo de la habitación.
Abrió la heladera y se quedó un largo rato contemplando los pocos alimentos que había, impregnados de olor a cebolla cruda y a leche cuajada (su madre no tenía mucho tiempo para limpiar la heladera). El tufo casi la mata, con bastante dificultad, tomó un vaso de leche y salió de su casa precipitadamente: si tenía que vomitar, no quería hacerlo adentro de la casa para no tener que limpiarlo. Corrió hasta la esquina, en donde había un contenedor de basura, sin embargo no vomitó, y a decir verdad fue una pena porque la sensación de repugnancia seguiría dentro de ella, martirizándola. Pensó en quitarse el estómago otra vez y quizás darle un baño de inmersión, como le había aconsejado la curandera del barrio, pero no tenía tiempo para eso, se suponía que en una hora y media tendría que estar bajo la ducha, preparándose para ir a trabajar a la tienda de ropa.
No sabiendo muy bien qué hacer, se encaminó hacia el río. Hacía calor… no había nadie, era muy temprano y decidió que así como estaba, en shorcito y remera, bien podía darse un suculento chapuzón. La acometían de a ratos las fantasías violentas: tirar a Magalí por una escalera, insultarla y luego arañarle la cara, romperle la nariz al idiota de Joaquín… cuando esto le pasaba se decía a sí misma “shshshsh, bueno, bueno, ya pasó, sos buena, Dios te ama y hace justicia” y después, acababa de tranquilizarse con un padre nuestro, unas cuantas lágrimas y se sentía repuesta por un rato. Pero en el agua se le ocurrió una nueva fantasía violenta: ahogar a Magalí: sujetarla por los rubios pelos teñidos abajo del agua, mirando las aves, el escaso viento agitando levemente las hojas de los gomeros, respirando profundamente mientras la otra, pataleando y burbujeando iría abandonando su vida entre el río y su mano sujetándola. Tuvo que repetir la operación “Shshshshsh, confiá en la justicia divina, Padre nuestro que…” y en eso, creyó tocar un pez, esto la despertó, en cierta forma. El pez flotaba cerca, nadó hacia él y no tardó en darse cuenta que no era un pez, sino un corazón. Con mucha solemnidad, lo aprisionó entre sus manos y lo observó: estaba algo descolorido, pero latía lindo, lo apoyó cerca del suyo y comenzó a latir más fuerte – Es un corazón humano – concluyó y de repente reaccionó, ¡era el corazón del famoso Víctor!, el muchacho de Misiones que, despechado y malherido de amor, había decidido tirar su corazón al río. La noticia había circulado por todos los noticieros, ¡pero esto había pasado hacía casi un año!, el caso se había pasado de moda y ya nadie buscaba ese corazón, a pesar de que se ofrecía recompensa por él. Ella no podía creer en su propio hallazgo; siempre fue una chica sencilla, una humilde habitante de la Ciudad de Concordia que había sido extremadamente tímida en su niñez, casi muda. Pensó en el recorrido de aquel corazón y no pudo evitar exclamar “¡Dios mío, viajaste desde Posadas hasta Concordia! ¡y si bien fuiste lanzado al Río Paraná, te me apareciste en el río Uruguay! ¿cómo habrás hecho, por qué canales y deltas habrás flotado? ¿Cómo te las ingeniaste para no morir? ¿Acaso estarás bendito?” Eugenia, muy devota de la Virgencita de Itatí (por ser hija de correntinos) se dijo a sí misma que tenía que ofrendar algo a la Virgen, llevar el corazón a la iglesia, rociarlo con agua bendita, llamar a la televisión… esto último la trastornó un poco, ¡era tímida!, ¿cómo haría para enfrentar las consecuencias de su hallazgo?. Mientras tanto se le entumecían los dedos de los pies de tanto estar en el agua. Salió despacio, con la mirada fija en el corazón, que parecía sentirse muy reconfortado entre sus manos.

Víctor seguía vivo, puesto que su corazón también lo estaba. A su corazón le gustaban los atardeceres cuando flotaba por los ríos, por eso todas las tardes una vaga alegría llegaba a lo que quedaba de su ser. Varios meses atrás, el día en que una tormenta dio vuelta el barquito y su corazón quedó solo a la deriva, sintió un estremecimiento, un frío indescriptible. Ya no se esperaba que alguien diera con él, vivía deprimido pero calmo, resignado a los resultados de la estupidez que había hecho. Ya sin corazón, desapasionado y razonable, hizo todo lo que pudo para que Nahir recuperara, aunque fuera en parte, su dignidad perdida. Primero se disculpó con ella por haberle pegado, por haber sido denso e insistente y después por haberla difamado exageradamente. Ella se encogió de hombros, sin estar descorazonada como él, lo estaba de alguna manera. Ya era tarde para todo y seguía pensando en “adónde ir y cómo y para qué y cuándo”.
Las gentes de Posadas, si bien seguían conmovidas por el caso, se habían enfriado un poco en relación al impacto del año anterior. Sólo los pescadores aún buscaban ese corazón, puesto que les quedaba de paso y mal no les vendría una recompensa.
Los medios dejaron de llamarlo, sólo de vez en cuando era abordado por estudiantes de periodismo o cine documental que querían hacerle una entrevista para alguna materia que debían rendir.
Entonces llegó esa mañana anónima, en la que lo llamaron del canal /*&@= para decirle que una chica, de nombre Eugenia, oriunda de la Ciudad de Concordia, Provincia de Entre Ríos, había encontrado a su corazón, flotando tranquilamente en el río Uruguay. Víctor no supo cómo reaccionar, ya que tan alejado de su corazón le resultaba difícil percibir sus emociones, pero su cerebro concluyó que era una excelente noticia, válida para demostrar estar contento.

El canal Ç&%* de Concordia se disputaba la primicia con el canal *^)&%” de Posadas, sin ponerse de acuerdo respecto a dónde se llevaría a cabo el suceso. Y la disputa empeoró cuando se metieron los medios de Buenos Aires. Pero finalmente hubo que decidirse por realizar el evento en Posadas, ya que era una crueldad hacer movilizar a Víctor así descorazonado como estaba. Todos los medios del país se encaminaron hacia Posadas para hacer la cobertura, así como también innumerables curiosos, religiosos y artistas callejeros atraídos por la multitud de la que podrían sacar algún mango quizás; hasta escritores independientes fueron.
El set del canal era un infierno, todos estaban histéricos con la escenografía y la ubicación de las cámaras. Aún faltaban cuatro horas para que el vuelo que trajera a Eugenia llegara a Posadas, ella vendría con una comitiva de cuatro acompañantes del canal, que la estarían entrevistando y filmando y fotografiando en todo momento.
A estas alturas del día, Víctor ya tuvo conocimiento del rostro de Eugenia y sintió una extraña comezón en la panza. Su cerebro emitió una idea rara, ¿será que su corazón, por sí mismo se había enamorado de ella?, pensaba mientras el peluquero del canal lo volvía loco peinándole el flequillo para uno y otro lado.
Eugenia estaba nerviosísima, aunque contenta, porque todo este asunto le había quitado la bilis “¡Cuando la conchuda de Magalí me vea en la tele!” pensaba y se regocijaba, porque esa idea fue la que le dio valor para animarse a todo: demostrarles a Ella y a Joaquín que era una buena persona, capaz de reintegrarle el corazón a un hombre. Los periodistas le hacían preguntas todo el tiempo y la encandilaban con las luces de los flashes, no le daban tiempo a contestar y se apresuraban a interpretar sus gestos, si por ejemplo, ante la pregunta “¿qué opina tu familia de esto?” ella, dándose tiempo para pensar, torcía la boca en señal de duda, ellos decían “Y claro, están muy sorprendidos, ¿no?, ¡quien se imaginaba que te convertirías en heroína!”. Lo que más le molestaba era tener que relatar el suceso una y otra vez, hasta volverse aburrido como un conjunto de palabras que están cocidas las unas a las otras por puro compromiso, pero quisieran volar a significar otras cosas.
Se sentía orgullosa de sí misma cuando les mostraba el corazón, sin permitir que nadie lo tocara. Cuando alguno se acercaba mucho, el corazoncito se arrebujaba y se apretaba más contra ella, latiendo casi con violencia. No tuvo mucho tiempo para estar a solas con él, apenas pasaron una noche juntos. Ella lo colocó en su almohada, bien cerca de su cabeza y lo arrulló con el sonido de su respiración. A la mañana siguiente llegaron los medios y ya no hubo tiempo de nada.
-¿Qué pensás hacer con el dinero de la recompensa?, ¿sabías que vas a recibir $ 20.000?
-No pensé mucho en eso, no es lo que más me importa – y los periodistas emitieron al unísono un “¡Ah!, que tierna”. Ella estaba viajando por primera vez en avión y ahora sí que disfrutaba de tantas preguntas porque la distraían del miedo que en realidad estaba sintiendo. Llevaba el corazoncito envuelto en una manta de bebé, siempre aprisionado cerca del suyo, solo así permanecían contentos los dos corazones. Mientras hablaba maquinalmente (porque ya contestaba de memoria) pensaba en que en breve tenía que entregarlo y… la angustiaba un poco la idea.

Para el momento en que tanto Eugenia como Víctor llegaron al canal, ya estaba todo armado: miles de personas en la entrada del canal queriendo saludarlos, flashes fotográficos por doquier, micrófonos y preguntas que aparecían de la nada, los dos, cada cual por su parte, se tambalearon ante tanto kilombo, más ella que él, porque Víctor había pasado por todo esto el año anterior. A ella la prepararon rápido, la peinaron y la pintaron un poco, el pantalón que tenía puesto no estaba mal, pero la blusa era inaceptable, muy de vieja; con un velocidad increíble aparecieron ante sus ojos tres blusas resplandecientes, no le gustaba ninguna particularmente, por eso dejó que la asistenta eligiera – En cinco salimos al aire – dijo uno ahí, que se apareció en el camarín - ¿Nerviosa querida?, ¿primera vez en televisión?, no te preocupes, Salvador Herrera es un divino, ni va a hacer falta que hables, es especialista en baches, siempre tiene algo que decir – y ella pensaba que toda esta gente en realidad nunca le daba tiempo a contestar nada, pero mejor así, odiaba el sonido de su propia voz – Escucháme bien: lo más importante va a ser el momento en que Víctor y vos caminen cada uno desde un extremo del piso, ¿entendés?, se tienen que encontrar en el medio, a propósito hay un círculo amarillo – pero la señora parlanchina se dio cuenta de que Eugenia no entendía un carajo y no se animaba a manifestarlo, entonces se lo dibujó y así le terminó de quedar en claro.
Salvador Herrera ya estaba en el aire, relatando la historia desde el principio mientras se veían imágenes de archivo del año pasado. A los cuatro minutos, le indicaron a Eugenia dónde debía situarse, su corazón y el de Víctor competían a ver quién daba más golpes por minuto. Divisó a Víctor en el otro extremo, ¡lo vio tan humano, tan común!, entonces comprendió que los actos alocados, heroicos y absurdos pueden ser ejecutados por cualquiera, incluso ella misma.
A Víctor le habían hecho un peinado tipo emo que no le quedaba muy bien con su cara de pibe bonachón dispuesto a sonreír, se notaba que lo habían disfrazado, él jamás se hubiera puesto ese pantalón celeste achupinado. El se dio cuenta que ella estaba casi al natural, con su largo pelo negro lacio y suelto, su pantalón de jean tan clásico, lo que no le cerraba era esa blusa a rayas, que cada vez veía más de cerca y así pudo ver a su corazón también, recostado en sus manos. Si bien Salvador Herrera hablaba y la musiquita harto emotiva estaba a full, ellos permanecían sordos y trémulos, caminando el uno hacia la otra. El llegó antes al círculo amarillo y tuvo que esperarla unos segundos. Ella, sin saber qué decir, le extendió el corazón, él, recién ahora verdaderamente nervioso, lo tomó con manos temblorosas y lo miró como si se tratara de una madre resucitada – Gracias – balbuceó – De nada – balbuceó ella a su vez. Los aplausos estallaron por todos lados, lágrimas, exclamaciones, aún Víctor no se había colocado el corazón. Ella se quedó ahí, durita junto a él. Víctor se quitó la remera, exhibiendo el triste hueco que tenía en el pecho y entonces llegó el momento que todos esperaban: se colocó el corazón en su lugar y gritó, gritó con todas sus fuerzas, la gente aplaudió creyendo que era de emoción, pero el grito no cesaba, ¿le dolía?, los asistentes comenzaron a preocuparse, cortaron y mandaron propagandas, Víctor no dejaba de gritar, lo trasladaron, llamaron a un médico, Eugenia corría a su lado, el público estaba confundido, ¿qué pasó?, ¿qué mierda pasó?.

Dafne Mociulsky