lunes, 31 de marzo de 2008

Imágenes desmontables + fragmento de cuento dafneciano viejo



1) Tapa de "Anecdotario de seres desmontables" diseño: Diego Gutiérrez. Contacto di3gogutierrez@hotmail.com
2) y 3) trabajos de Andrés, contacto: josta_kuolema@hotmail.com
A continuación, un fragmento perteneciente al cuento "Relojes, perros, gases, gatos y un gallo", que integraba la lista de cuentos del libro "descarrilamiento", que jamás edité.
RELOJES, PERROS, GASES, GATOS Y UN GALLO

I
Cuando la vio por primera vez, sintió dolor. No ese dolor que causa la belleza física (la sensación de lo inalcanzable), fue por la manera en la que ella recepcionó a su mirada: sonrió sin ironía, sin insinuarse, sin arrogancia pero sin perder la dignidad - Hola - dijo ella - Te miro todos los días, a esta misma hora - contestó él - Lo sé.
- ¿Cómo podés saberlo?, si te miro desde aquella ventana.
- El viernes pasado compraste un paquete de chicles en ese kiosco. Tenés una cara especial, ¡no, en serio, no te rías!, quiero decir que tu cara se fija en la memoria.
- ¡Que manera tan sutil de decir que soy feo! - se quedó callada y seria, como si se hubiera ofendido - ese fue un comentario superficial - y ahí Ricardo comprendió todo, pero absolutamente TODO, como en el final de una búsqueda espiritual - Entonces sos vos, ¿me entendés? - dijo él, decidido a jugarse la carta más importante de su vida - No te creo, podés ser un estratega muy inteligente. No obstante, entiendo el concepto. - la respuesta de ella lo convenció aún más del hallazgo - ¡Sí, sí, sos vos!- y debido a la emoción, le dolió la panza ((Estoy a punto de tirarme el pedo más gracioso y ruidoso de mi vida, ¿qué hago? ¿cómo repercutiría?)) y en una décima de segundo, imaginó cómo puede influir un pedo en el karma: si aguantaba, cosa correcta, podría afectar ciertas manifestaciones (no siempre intestinales) en un futuro (porque se quedaría con ella inexorablemente). Y si en ese momento su cuerpo se expresaba libremente, ella podría llegar a creer que era un acto de cobardía, no tanto de involuntario mal gusto... a ver, esto es complicado: no era un gas de porotos, realmente era miedo... terror. Ella era tan perfecta que sólo podría brindarle el infinito dolor del placer, y era menester defenderse, cagarla groseramente o, soportar la realidad, ella era ELLA, y no habría otra oportunidad.
Su mente, que ya había comprendido que el gas estaba perdido, intentó algo más: imaginarla gorda, fea, vieja, pero no tuvieron poder aquellas imágenes auto-impuestas, porque no era hermosa, no había de qué preocuparse.
Ella se fue mientras él luchaba contra todos los demonios de la inseguridad y de la seguridad.
Dafne Mociulsky (año 2002, creo)

sábado, 29 de marzo de 2008

Más de la saga "Anecdotario de seres desmontables" de Dafne Mociulsky + dibujo en 3D de Diego Gutiérrez



Para contactarse con este dibujante: di3gogutierrez@hotmail.com

Supuestamente, esta era la tapa de un libro de cuento que escribí hace mucho, mucho tiempo "Descarrilamiento" se hubiera llamado, no sé si lo publicaré añgún día, quizás, si me animo, podría publicar algunos de esos viejos cuentos fantásticos acá mismo.

Envíenme dibujos, fotos, pinturas: duniashka@yahoo.com.ar

Una entrega más de la serie "Anecdotario de seres desmontables":

LA PREVIA DE LAS CHICAS

Hoy se juntan en la casa de Nahir. En parte, porque sus padres se fueron de vacaciones, pero también todas saben que esta noche le toca prestar las tetas. Venía eludiendo la situación como podía, excusándose con gripes inexistentes, privándose de salir, y hasta se hizo arañar un pecho por su gato en la semana anterior. Estaba muy arrepentida de haber pedido prestadas tantas veces las largar y hermosas piernas de Sofía, las redondas nalgas de Belén y el estómago de Ana, que resistía muy bien el escabio.
Nahir prestaba sus pertenencias, corporales o materiales, sólo al borde de la ruptura de los vínculos. Las chicas vendrían en media hora, y ella pensaba en sus pechos, que seguramente serían manoseados por alguien desconocido en el transcurso de la noche, en el cuerpo de su amiga. Se quitó las falangetas para pintarse las uñas y dejó una oreja cerca de la puerta por si acaso el timbre sonara antes de tiempo.
Antes de abrirles la puerta, se acarició los pechos, le nació una lágrima en el ojo derecho, entonces se lo quitó y lo sacudió para que nadie viera que esta noche le causaría tanto dolor.
−Bueno, esta noche presto mis manos, ¿no les gusta como tengo las uñas?
−Si te las hubieras pintado de rojo te las aceptaba. Yo ofrezco mi pelo.
−¡ay!, ¡qué asco!, ¿no te duele?
−Nah, estoy acostumbrada. También puedo ofrecer mis piernas, no están tan buenas como las de Sofi pero al menos están bien depiladas.
−Yo me re pudrí de prestar mis piernas, hoy presto mis tetas…
−Nahir… ¿escuchaste lo que dijo Sofi?, ¿Nahir, dónde estás?
−Se habrá encerrado a pensar en una nueva excusa para no entregar las tetas. Yo presto mis ojos, ¿me los cambiás por los tuyos, Belu?
−Ufa, la semana pasada me trancé un chabón que se enamoró de mis ojos celestes… no quiero decir que los tuyos color miel sean más feos, pero…
−Yo te los cambio.
−No te ofendas, pero para cambiarme por ojos marrones prefiero quedarme con los míos.
−¡¡¡Nahir!!!, dale, que se nos hace tarde – Nahir, cabizbaja, entra en la pieza, hace un paneo con la mirada, suspira, se quita la remera, el corpiño y se despoja de sus tetas, apoyándolas sobre la cama. Las chicas aplauden y se apresuran en desarmarse. Pronto se arma un alboroto tal, que nadie escucha a nadie. Las interrumpe el sonido de una bocina - ¡Dale, ya nos vinieron a buscar! – Y se acomodan como pueden, los canjes no fueron los ideales y tampoco pudieron vestirse y maquillarse como querían. Nahir solía decir – Necesitamos un mínimo de tres horas para arreglarnos bien – El remis las deposita en la entrada del suntuoso boliche. Nahir es la última en bajar. Se siente rara, fea, demasiado liviana.
Después de tomar varios tragos y bailar, sienten deseos de orinar. Esta no es la noche de suerte de Nahir, esta vez le toca a ella hacer la fila para entrar al baño, por eso se proveyó de la cartera más grande que tenía, en la que entraban las vejigas de las chicas. Era algo asqueroso vaciar vejigas ajenas. Y en medio de esa penosa situación, la encontró Víctor – No esperaba verte acá
Le dijo Víctor, intentando saludarla con un beso en la boca que ella corrió.
−Yo tampoco.
−No me digas que…
−Se nota mucho, ¿verdad?
−¿A quién se las prestaste?
−A Sofía.
−Sofi está con un amigo mío en los reservados.
−Hum…
−No te preocupes, es buen muchacho, las va a tratar bien, jejeje. Bueno, te dejo, tengo que ir a vaciar las vejigas de los pibes.
−Yo estoy en la misma, ¡y cómo pesan!
−Nos vemos más tarde.
−No lo sé…
−Tomá, en serio, dale – y Víctor le dio su mano derecha – Así me aseguro de volver a encontrarte, y sé que no vas a ser tan mala de tirarla por ahí, ¿verdad? – Ella le contestó con una sonrisa, pero no supo decirle lo que verdaderamente pensaba, que estaba muy fea esa noche, muy perdedora, que no se sentía merecedora de besos y caricias. Cuando finalmente pudo entrar al baño, orinar y vaciar las vejigas de las chicas, miró el tacho de basura con mucha tentación de tirar la mano de Víctor.

Dafne Mociulsky

Nueva entrega de la saga "Anecdotario de seres desmontables" de Dafne Mociulsky + creaciones de Dina Stasta






Contactos de Dina Stasta: dstasta@hotmail.com
Envíenme dibujos, fotografías, imágenes, delirios visuales a duniashka@yahoo.com.ar
A contionuación, otro cuentito de la saga "Anecdotario de seres desmontables"
EL COLADO

Si hay mucha gente junta se perciben las variedades emocionales. Gente llenando vagones de tren, sudores, sonidos, saludos. Si hay rubios, morochos, gordos, flacos y lisiados, tiene que haber, por añadidura, tristes, alegres, meditabundos, exaltados, borrachos, medicados y mediocres. Si alguien viene de pasar una tarde maravillosa, tiene que haber otro que anduvo de paseo por el infierno y se trajo una bolsa de dolor. Si alguien viene de hacer el amor, tiene que haber otro que viene de no haber podido hacerlo. Hay uno que está nervioso, morocho, de pelo lacio y largo, delgado y vestido con ropas muy amplias, sentado al lado de una señora tensa, rellenita, colorada, poco sonriente, desconfiada, con vestido verde y una mano apretando la cartera amarilla. El nervioso morocho oye la palabra detonante “Pasajes…”. El nervioso morocho mira hacia la ventanilla, hacia la señora, hacia el guarda que aún no está tan cerca – Hoy no es mi día de suerte, señora, no tengo boleto ¿le puedo pedir un favor? − la señora lo examina con una mirada muda – Mire, estamos llegando a la estación, yo voy a ir tirando mis partes por la ventanilla… ¿podría ser usted tan amable de alcanzarme la cabeza cuando esté abajo?− la señora seguía impasible, aunque mirándolo con los ojos un poco más abiertos. El guarda estaba a tres personas de distancia y el nervioso morocho comenzó por su brazo izquierdo; la abertura de la ventana era pequeña, en el caso de que la señora se decidiera a ayudarlo, debería recurrir a la otra ventana que estaba más abierta y la cabeza pasaría −Por favor, señora− y con una rapidez increíble el joven se deshizo del torso y las piernas −Por favor, señora, déle− y el muchacho ya estaba armado abajo, esperando la cabeza con los brazos extendidos; la señora tomó la cabeza entre sus manos, el guarda estaba a una persona de distancia, la gente la miraba y nadie decía nada.
Dafne Mociulsky

viernes, 28 de marzo de 2008

Otro cuento de la saga "Anecdotario de seres desmontables", de Dafne Mociulsky + dibujo de Aarón Rositto





Encontré este dibujo de mi niño, Aarón, en un archivo perdido entre tantos otros y me gustó mucho esta representación de un viaje.


Quien así lo desee, puede enviarme sus dibujos y/o fotos a duniashka@yahoo.com.ar así lo subo a este espacio, quiero que esto sea una galería abierta.


En cuanto a la Feria del Libro Independiente (FLIa), les cuento que nos estamos juntando los martes a las 21 hs. en FM La Tribu, lambaré al 800, barrio de Villa Crespo, quien quiera participar, puede hacerlo. Para ver + info acerca de esta movida: http://www.poesiaurbana.com.ar/, http://www.feriadellibroindependiente.blogspot.com/, o si tenés paciencia mirá un poco más hacia abajo en este mismísimo blog y verás diferentes instancias de lo que es la flia.


Ahora sí, otro cuentito de la saga "Anecdotario de seres desmontables" Vol. 1, primer librito mío difundiéndose en trasnportes públicos.



DESPEDIDA DE SOLTERO

Al gordo Fernando, como a todo buen camionero, le gustan los días nublados, esos que son casi blancos, fresquitos y al mismo tiempo lejanos a la lluvia. Consideró que esta vez podía llevar a su hijo. Veía a su mujer muy cansada, le vendría bien pasarse el fin de semana libre de ellos, mirando la tele, reposando esa movediza panza de seis meses.
El hubiera querido tener como mínimo tres hijos a esta altura, pero la respetó a ella, que quiso esperar seis largos años.
Román, con la misma seriedad con la que su padre preparaba su bolso de mano, a su vez llenaba una mochila con juguetes, lápices de colores y hojas para dibujar – Comé ahora Román, que hasta San Nicolás no paramos – y el nene prometía una y otra vez que estaba bien, que estaba listo y que no le pediría absolutamente nada. Hasta se había puesto la camiseta de Rosario Central para serle más agradable. Fernando se encogió de hombros, besó a su mujer en la frente y en la panza y se subió al camión junto a su hijo. Era temprano, Román se quedó dormido a los veinte kilómetros de ruta. Fernando hubiera querido que se mantuviera despierto, esa era la gracia de llevar un acompañante, aunque por otro lado, ¿de qué podría hablar con su hijo de seis años?, ¿de política, de fútbol, de mujeres?, y seguramente, Román por su parte tendría derecho a pensar, ¿de qué voy a hablar con papá?, ¿de pokemones, de los padrinos mágicos, del GTA?. La otra vez pasó algo parecido, esta era la segunda vez que viajaban juntos. Ambos se habían puesto algo tímidos en su primer viaje. No coincidían en gustos musicales y se aburrían fácilmente de jugar al “veo veo”, al “Ni si, ni no, ni blanco ni negro” y a “la batata macabra”.
Fernando decidió parar en una estación de servicio. Román se desperezó, exagerando un poco los gestos - ¿Tenés hambre? – Román no le contestó, solía bloquearse cuando debía contestar, porque siempre pensaba en pos de su conveniencia, por ejemplo, en este momento, pensaba en que en realidad tenía hambre de golosinas, sin embargo antes de pedirle a su padre algo dulce tenía que comer, pero… ¿y si pedía comida y después el padre le decía que no tenía más plata?, jamás le contestó, y el padre pidió un sándwich de milanesa para casa uno. Román comió hasta la mitad con notable esfuerzo – Pá… quiero algo de postre, ya me llené – y Fernando no se hizo rogar, porque su mujer no estaba y a él no le gustaba renegar, le compró un alfajor de tres pisos y una chocolatada. Entonces volvieron muy contentos al camión.
Román lo observaba mucho, esto ponía algo tenso a Fernando -¿me querés decir algo, que me mirás tanto?
−Pá… ¿por qué los animales no son desmontables?
−Porque es justamente esa cualidad la que nos separa de los animales, hijo.
−Pá, ¿es cierto que si le cortás una pata a una cucaracha le crece una nueva?
−¿Quién te dijo eso?
−No lo sé. ¿Puedo usar la tapa del termo?
−¿Para qué la querés?
−Porque estoy muy aburrido, y cuando me aburro me gusta jugar a embocar mis dientes en un vaso, ¿me prestás la tapa?
−No, ¿mirá si tenés mala puntería y después nos cuesta encontrarlos? − Quedaron en silencio durante unos cuantos kilómetros, hasta que una silueta apareció en la banquina, haciendo dedo. Era un hombre desnudo y sin cabeza −¡Pá!, ¿qué hace ahí ese tipo en bolas y sin cabeza?
­−¿No podés decir desnudo en vez de “en bolas”? − y Román se fastidió, le molestaba esa cosa de los adultos de hacerse pasar por bien educados delante de los chicos, como si los chicos nunca hubieran escuchado como hablan entre ellos. Volvió a retomar el tema
−Bueno, pero decíme, ¿qué le habrá pasado?
−Jajaja, debe ser un porteño que le hicieron la despedida de soltero.
−¿y qué es eso?
−Es una costumbre: cuando un hombre se va a casar, los amigos le hacen una despedida.
−Ah… ¿es porque se va a mudar de casa cuando se case?
−Esteee, no es por eso, sino que se despide de su vida de soltero.
−¿A vos te hicieron una?
−Mmm, sí, pero te la voy a contar cuando seas más grande.
−Pero no me dijiste por qué ese tipo estaba en bo… digo, “desnudo” y sin cabeza en la ruta.
−Ah, lo que pasa es que en Buenos Aires cuando le hacen la despedida de soltero a un hombre le hacen esa joda de llevar el cuerpo a Rosario y la cabeza a Mar del Plata.
−¡Ay, pobre!, qué suerte que no soy porteño.
−Igualmente no te vas a salvar de alguna jodita, mirá que los rosarinos somos bravos también.
−Entonces no me voy a casar nunca.
−No me digas eso, ¿es que no nos vas a dar nietos a mamá y a mí?− otra vez Román se quedó callado, mirando hacia atrás, viendo empequeñecerse la silueta del hombre, que a decir verdad, estaba bastante fantasmagórico -¿Nadie se lo va a llevar?
−Sí, hijo, ya lo va a levantar alguien, de última lo salvará la policía.
−Pá, ¿hay que ser bueno?
−Sí, claro, por supuesto, cómo se te ocurriría lo contrario.
−¿Vos sos bueno Pá?
−Sí, claro.
−Entonces, ¿por qué no lo levantaste?



Dafne Mociulsky

jueves, 6 de marzo de 2008

De la serie "Anecdotario de seres desmontables" de Dafne Mociulsky + ilustración de Aarón

Interpretación de "El cumpleaños de Pablito" primer cuento que integra "Anecdotario de seres desmontables" de Dafne Mociulsky. Ya que estoy, aprovecho para decirle a la gente que ve los poemas en trenes, bondis o subtes, que no los roban al llevárselos porque están para eso, quizás en próxima tirada agregue abajo "Si querés arrancáme"





EL CUMPLEAÑOS DE PABLITO

Es increíble como en la adultez una se pasa al otro bando. Casi me cuesta creer que cuando era chiquita me gustaba ser desarmada totalmente para mi cumpleaños. El tío Carlos me sacaba los brazos y terminaba de separar todas las partes sobre la mesa, a mi mamá no le gustaba porque iban quedando marcas de piel sobre el vidrio que ella tanto cuidaba; todos nos ponemos condescendientes para los cumpleaños de nuestros hijos. Mi papá me sacaba las piernas y el tío Alberto separaba los pies para hacerles cosquillas. Toda la familia trabajaba en conjunto, como lo están haciendo ahora con Pablito. Y yo sufro.
Tengo el torso de Pablito, lo escondí dentro del lavarropas porque no pienso permitir que nadie pase al lavadero; mi mamá hacía lo mismo conmigo y con mis hermanos: con el torso no se juega. Mis hijos mayores, Raquel y Sebastián, ya escondieron los dedos detrás de las macetas. Mi marido y sus dos hermanas se dividieron casi todo el resto: la cabeza en la alacena de la cocina, brazos y antebrazos en la bañera, entre los juguetes de Hernán, el más chiquito de mis hijos. Pablito cumple 10 años hoy y es su primer desarmamiento, estoy escuchando cómo se ríe su cabecita desde la alacena. Y yo sufro, no sé qué hacer, todo está cocinado, decorado, limpio, organizado, escondido. Los chicos van llegado, siempre hay dos o tres que se anticipan – No, todavía no vamos a buscar al cumpleañero, esperen a que lleguen los otros – estoy nerviosa, no sé con qué entretenerlos. Cuando yo era chica no cualquiera tenía una videocasetera en su casa, por lo tanto ver una película era una buena propuesta, pero a estos pibes de ahora, ¿con qué los seduzco?, Pablito casi me mata cuando le pregunté si quería que contratase a un payaso para hacer la animación de la fiestita.
Mi marido me retó por cocinar tanto, para qué tantas pizzas, empanadas, sanguchitos, papas fritas y jugos de frutas si sólo quieren encontrar y armar a Pablito, comer la torta, picotear algo, romper la piñata e irse a los juegos en red por dos horas; mi marido los va a llevar con el auto. Y yo me voy a quedar sola, limpiando.
¡Qué griterío!, llegaron casi todos juntos, sólo falta mi sobrino Mauricio, el hijo de Estela, mi hermana menor, la viuda. Jaja, todavía me da gracia acordarme de Estela cuando era chiquita, me encantaba esconderle las piernas antes de que se despertara para llegar antes que ella al desayuno y apropiarme de las tostadas más grandes. Pobre Estela, enviudar así, embarazada, joven, solita. Siempre llega tarde a todas las reuniones, pobre, vive tan lejos, allá en el barrio Savio, en un departamentito de monobloc. Tan mal no la dejó el finado, pero… siempre sola Estelita, con las piernas gordas, llegando cansada, sentándose en el sillón, como ahora que acaba de llegar y saluda con la mano a todos de una vez, se saca las piernas y les unta crema desinflamante. Mauricio está tímido y se mira las zapatillas, se da cuenta que la mamá lo trajo bastante roñoso, ¡pero que importa Estelita!, viniste, cansada, dolorida y sin regalito, ¡qué importa hermanita!, viniste. Empieza la búsqueda, Mauricio busca solo, se aleja de los demás y cede su lugar si a otro le interesa, de repente encuentra un dedo, un meñique y viene otro chico, que es del grado de Pablito pero no me acuerdo cómo se llama, y se lo quita a mi sobrino, jactándose de ser el primero en encontrar la primera parte de Pablito. Cada tanto me acerco a la alacena y le digo a la cabeza de mi hijo que deje de reírse, no quiero que le encuentren la cabeza aún, preferiría que sea lo último. Por las dudas me quedo parada en el vano de la puerta de la cocina, yo sé muy bien que mi presencia intimida a los chicos; uso una mirada que a mi mamá le daba muy buenos resultados. Una vez, cuando yo cumplí doce años, mi prima Verónica encontró mi cabeza, y se puso tan contenta que la tiró hacia arriba y la atajó en el aire, y cuando me tuvo entre sus manos, sin querer, me metió un dedo en el ojo, ¡ay qué dolor!, no lo voy a olvidar nunca. Estuvo a punto de arruinarme la fiesta. ¡Ah!, la nena esa que gusta de mi hijo (según sé de muy buena fuente) ya encontró los brazos en la bañera y Mauricio encontró el muslo derecho, pero el gordito ése que va al grado de mi hijo se la arrebató de una. Pobre Mauricio, siempre con los ojos llorosos, igualito a su madre, ojalá que no engorde cuando sea grande. Estelita ya se comió dos porciones de pizza, siempre la primera en probar los bocados. Yo no sé cómo se las arregla para estar tan gorda si es cierto que no le alcanza ni para comer. Hace rato que dejé de ayudarla, yo no sé como se las arreglará, no quiero ni pensar en eso porque sufro.
¡Mierda!, tengo que entregar el torso, odio esto. Voy a tener que dejar que entren los chicos en la cocina, ¡ay!, parecen un malón, se apuran en tomar sillas para subirse a revisar las alacenas, ¡qué brutos!, a ése rubiecito se le cayó la harina –Perdón, señora, yo lo voy a limpiar- sí dale, nene, andá, andáte a la re puta que te parió, ¿vos sabés cómo le gusta la harina a las cucarachas?, por supuesto no le digo nada de lo que pienso y mientras tanto, Ludmila encuentra la cabeza de Pablito, que se ríe como loco, alguien le está haciendo cosquillas en los pies en el living, seguro que es el tío Alberto, que no pierde nunca la costumbre, ¡y qué viejo está el tío!, hasta sus palabras parecen amarillas, como las páginas de un libro viejo, habla como oxidado, seco y sonríe más que antes porque es su mejor manera de comunicarse ahora que no se le entiende casi nada. Yo no sé que me pasa con él, que le respondo con otra sonrisa y me vienen ganas de llorar, supongo que falta poco para que se muera, ya se va pareciendo cada vez más a lo que será su cadáver, me hace acordar a mamá cuando la vi muerta. No creo que llegue al próximo cumpleaños de Pablito, ni si quiera al de Raquel, que cumple doce el mes que viene. Cuando yo era chica era la favorita del tío Alberto, que tuvo muchas mujeres pero nunca tuvo hijos. El me llevaba al cine, ¡qué lindas épocas, era tan barato!, y se veían dos películas, no una sola. Siempre me llevaba a mí y a veces Estelita se quedaba llorando en la puerta de casa, porque él no la quería, ni la quiere. Hace años que no se dirigen la palabra y yo sufro, por los dos, ¡son tan orgullosos!, ¡ay!, y yo acá como una tonta, acordándome del pasado me olvidé de entregar el torso, nadie lo encuentra por ningún lado y se están empezando a aburrir, hay tres que están jugando a la mancha -¡Cuidado con los adornitos, chicos!, ¡acá adentro a la mancha no se juega!, ¡en el patio tampoco, están los malvones!- ya mismo entrego el torso.
Pablito está chocho, el padre lo sube hacia la piñata y la pincha con la aguja y ¡pufff!, papel picado, harina, caramelos, chiches, anillitos de plástico para las nenas y los chicos revolcándose en el piso, llenándose los bolsillos de caramelos y chiches lo más rápido que puedan. Pobre Mauricio, tan lento, pero Pablito es bueno con él y le comparte. Yo siempre le digo a Pablito que no rechace a su primo porque es más desgraciado que él, porque Pablito mucho no lo quiere al primo, se aburre con él. Mi hijo es de hacer travesuras, va de acá para allá, juega a la pelota, ¡es tan inquieto!, y el otro, pobrecito, siempre tan apagadito, como si estuviera enfermo de tristeza, ¡ay!, no quiero pensar en eso porque yo sufro.
¿Qué hago?, ¿los dejo jugar un rato más o traigo la torta?, ¡me están enchastrando toda la casa!, ¿se puede saber quién les dio permiso para jugar a las escondidas?, ¡para colmo escondidas desmontables!, no, no lo permito, después cuando se tengan que ir van a tardar un montón en encontrar sus partes, ¡si no lo sabré yo, que de chiquita hacíamos lo mismo!.
Varios pedazos de torta se cayeron al piso, ¡son tan dispersos los chicos!, apoyan las servilletas sucias de chocolate en cualquier lado, y yo sufro, no sé cómo voy a hacer para arreglar este despelote. Pero por suerte esto ya se termina, mi marido ya les está dando las bolsitas con regalitos a cada uno; yo misma las armé, espero que les gusten los alfajores y el mazo de cartas en miniatura, lo de los chupetines fue idea de mi cuñada, yo no estaba de acuerdo pero no me iba a poner a discutir justo hoy. Yo a mis hijos los cuido mucho de las caries.
Ya mi marido los está cargando en el auto a todos los pendejos, pero mi sobrino no quiere subir -¿Por qué no querés ir con los chicos, mi amor?- y me muestra esos ojos llorosos –Dale, nene, ¿o nos vinimos hasta acá al pedo?- le dice Estela – Tía, ¿puedo contarte un secreto? – y yo me agacho para que me diga – Es que yo… yo no sé usar la computadora, yo nunca fui a internet- me quedo perpleja, ay, pobrecito, ¿con qué se entretendrá este chico, digo yo?, por lo que me cuenta mi hermana, muchos amigos no tiene - ¿puedo quedarme a mirar la tele?, en casa yo no tengo cable y van a pasar Spiderman II, que yo no la vi, ¿puedo tía?, ¡dale, dejáme quedarme!, te prometo que no ensucio nada – y mi marido que toca la bocina, mi hermana que lo reta y yo que sufro, ¡ay Dios!.



Dafne Mociulsky