jueves, 6 de marzo de 2008

De la serie "Anecdotario de seres desmontables" de Dafne Mociulsky + ilustración de Aarón

Interpretación de "El cumpleaños de Pablito" primer cuento que integra "Anecdotario de seres desmontables" de Dafne Mociulsky. Ya que estoy, aprovecho para decirle a la gente que ve los poemas en trenes, bondis o subtes, que no los roban al llevárselos porque están para eso, quizás en próxima tirada agregue abajo "Si querés arrancáme"





EL CUMPLEAÑOS DE PABLITO

Es increíble como en la adultez una se pasa al otro bando. Casi me cuesta creer que cuando era chiquita me gustaba ser desarmada totalmente para mi cumpleaños. El tío Carlos me sacaba los brazos y terminaba de separar todas las partes sobre la mesa, a mi mamá no le gustaba porque iban quedando marcas de piel sobre el vidrio que ella tanto cuidaba; todos nos ponemos condescendientes para los cumpleaños de nuestros hijos. Mi papá me sacaba las piernas y el tío Alberto separaba los pies para hacerles cosquillas. Toda la familia trabajaba en conjunto, como lo están haciendo ahora con Pablito. Y yo sufro.
Tengo el torso de Pablito, lo escondí dentro del lavarropas porque no pienso permitir que nadie pase al lavadero; mi mamá hacía lo mismo conmigo y con mis hermanos: con el torso no se juega. Mis hijos mayores, Raquel y Sebastián, ya escondieron los dedos detrás de las macetas. Mi marido y sus dos hermanas se dividieron casi todo el resto: la cabeza en la alacena de la cocina, brazos y antebrazos en la bañera, entre los juguetes de Hernán, el más chiquito de mis hijos. Pablito cumple 10 años hoy y es su primer desarmamiento, estoy escuchando cómo se ríe su cabecita desde la alacena. Y yo sufro, no sé qué hacer, todo está cocinado, decorado, limpio, organizado, escondido. Los chicos van llegado, siempre hay dos o tres que se anticipan – No, todavía no vamos a buscar al cumpleañero, esperen a que lleguen los otros – estoy nerviosa, no sé con qué entretenerlos. Cuando yo era chica no cualquiera tenía una videocasetera en su casa, por lo tanto ver una película era una buena propuesta, pero a estos pibes de ahora, ¿con qué los seduzco?, Pablito casi me mata cuando le pregunté si quería que contratase a un payaso para hacer la animación de la fiestita.
Mi marido me retó por cocinar tanto, para qué tantas pizzas, empanadas, sanguchitos, papas fritas y jugos de frutas si sólo quieren encontrar y armar a Pablito, comer la torta, picotear algo, romper la piñata e irse a los juegos en red por dos horas; mi marido los va a llevar con el auto. Y yo me voy a quedar sola, limpiando.
¡Qué griterío!, llegaron casi todos juntos, sólo falta mi sobrino Mauricio, el hijo de Estela, mi hermana menor, la viuda. Jaja, todavía me da gracia acordarme de Estela cuando era chiquita, me encantaba esconderle las piernas antes de que se despertara para llegar antes que ella al desayuno y apropiarme de las tostadas más grandes. Pobre Estela, enviudar así, embarazada, joven, solita. Siempre llega tarde a todas las reuniones, pobre, vive tan lejos, allá en el barrio Savio, en un departamentito de monobloc. Tan mal no la dejó el finado, pero… siempre sola Estelita, con las piernas gordas, llegando cansada, sentándose en el sillón, como ahora que acaba de llegar y saluda con la mano a todos de una vez, se saca las piernas y les unta crema desinflamante. Mauricio está tímido y se mira las zapatillas, se da cuenta que la mamá lo trajo bastante roñoso, ¡pero que importa Estelita!, viniste, cansada, dolorida y sin regalito, ¡qué importa hermanita!, viniste. Empieza la búsqueda, Mauricio busca solo, se aleja de los demás y cede su lugar si a otro le interesa, de repente encuentra un dedo, un meñique y viene otro chico, que es del grado de Pablito pero no me acuerdo cómo se llama, y se lo quita a mi sobrino, jactándose de ser el primero en encontrar la primera parte de Pablito. Cada tanto me acerco a la alacena y le digo a la cabeza de mi hijo que deje de reírse, no quiero que le encuentren la cabeza aún, preferiría que sea lo último. Por las dudas me quedo parada en el vano de la puerta de la cocina, yo sé muy bien que mi presencia intimida a los chicos; uso una mirada que a mi mamá le daba muy buenos resultados. Una vez, cuando yo cumplí doce años, mi prima Verónica encontró mi cabeza, y se puso tan contenta que la tiró hacia arriba y la atajó en el aire, y cuando me tuvo entre sus manos, sin querer, me metió un dedo en el ojo, ¡ay qué dolor!, no lo voy a olvidar nunca. Estuvo a punto de arruinarme la fiesta. ¡Ah!, la nena esa que gusta de mi hijo (según sé de muy buena fuente) ya encontró los brazos en la bañera y Mauricio encontró el muslo derecho, pero el gordito ése que va al grado de mi hijo se la arrebató de una. Pobre Mauricio, siempre con los ojos llorosos, igualito a su madre, ojalá que no engorde cuando sea grande. Estelita ya se comió dos porciones de pizza, siempre la primera en probar los bocados. Yo no sé cómo se las arregla para estar tan gorda si es cierto que no le alcanza ni para comer. Hace rato que dejé de ayudarla, yo no sé como se las arreglará, no quiero ni pensar en eso porque sufro.
¡Mierda!, tengo que entregar el torso, odio esto. Voy a tener que dejar que entren los chicos en la cocina, ¡ay!, parecen un malón, se apuran en tomar sillas para subirse a revisar las alacenas, ¡qué brutos!, a ése rubiecito se le cayó la harina –Perdón, señora, yo lo voy a limpiar- sí dale, nene, andá, andáte a la re puta que te parió, ¿vos sabés cómo le gusta la harina a las cucarachas?, por supuesto no le digo nada de lo que pienso y mientras tanto, Ludmila encuentra la cabeza de Pablito, que se ríe como loco, alguien le está haciendo cosquillas en los pies en el living, seguro que es el tío Alberto, que no pierde nunca la costumbre, ¡y qué viejo está el tío!, hasta sus palabras parecen amarillas, como las páginas de un libro viejo, habla como oxidado, seco y sonríe más que antes porque es su mejor manera de comunicarse ahora que no se le entiende casi nada. Yo no sé que me pasa con él, que le respondo con otra sonrisa y me vienen ganas de llorar, supongo que falta poco para que se muera, ya se va pareciendo cada vez más a lo que será su cadáver, me hace acordar a mamá cuando la vi muerta. No creo que llegue al próximo cumpleaños de Pablito, ni si quiera al de Raquel, que cumple doce el mes que viene. Cuando yo era chica era la favorita del tío Alberto, que tuvo muchas mujeres pero nunca tuvo hijos. El me llevaba al cine, ¡qué lindas épocas, era tan barato!, y se veían dos películas, no una sola. Siempre me llevaba a mí y a veces Estelita se quedaba llorando en la puerta de casa, porque él no la quería, ni la quiere. Hace años que no se dirigen la palabra y yo sufro, por los dos, ¡son tan orgullosos!, ¡ay!, y yo acá como una tonta, acordándome del pasado me olvidé de entregar el torso, nadie lo encuentra por ningún lado y se están empezando a aburrir, hay tres que están jugando a la mancha -¡Cuidado con los adornitos, chicos!, ¡acá adentro a la mancha no se juega!, ¡en el patio tampoco, están los malvones!- ya mismo entrego el torso.
Pablito está chocho, el padre lo sube hacia la piñata y la pincha con la aguja y ¡pufff!, papel picado, harina, caramelos, chiches, anillitos de plástico para las nenas y los chicos revolcándose en el piso, llenándose los bolsillos de caramelos y chiches lo más rápido que puedan. Pobre Mauricio, tan lento, pero Pablito es bueno con él y le comparte. Yo siempre le digo a Pablito que no rechace a su primo porque es más desgraciado que él, porque Pablito mucho no lo quiere al primo, se aburre con él. Mi hijo es de hacer travesuras, va de acá para allá, juega a la pelota, ¡es tan inquieto!, y el otro, pobrecito, siempre tan apagadito, como si estuviera enfermo de tristeza, ¡ay!, no quiero pensar en eso porque yo sufro.
¿Qué hago?, ¿los dejo jugar un rato más o traigo la torta?, ¡me están enchastrando toda la casa!, ¿se puede saber quién les dio permiso para jugar a las escondidas?, ¡para colmo escondidas desmontables!, no, no lo permito, después cuando se tengan que ir van a tardar un montón en encontrar sus partes, ¡si no lo sabré yo, que de chiquita hacíamos lo mismo!.
Varios pedazos de torta se cayeron al piso, ¡son tan dispersos los chicos!, apoyan las servilletas sucias de chocolate en cualquier lado, y yo sufro, no sé cómo voy a hacer para arreglar este despelote. Pero por suerte esto ya se termina, mi marido ya les está dando las bolsitas con regalitos a cada uno; yo misma las armé, espero que les gusten los alfajores y el mazo de cartas en miniatura, lo de los chupetines fue idea de mi cuñada, yo no estaba de acuerdo pero no me iba a poner a discutir justo hoy. Yo a mis hijos los cuido mucho de las caries.
Ya mi marido los está cargando en el auto a todos los pendejos, pero mi sobrino no quiere subir -¿Por qué no querés ir con los chicos, mi amor?- y me muestra esos ojos llorosos –Dale, nene, ¿o nos vinimos hasta acá al pedo?- le dice Estela – Tía, ¿puedo contarte un secreto? – y yo me agacho para que me diga – Es que yo… yo no sé usar la computadora, yo nunca fui a internet- me quedo perpleja, ay, pobrecito, ¿con qué se entretendrá este chico, digo yo?, por lo que me cuenta mi hermana, muchos amigos no tiene - ¿puedo quedarme a mirar la tele?, en casa yo no tengo cable y van a pasar Spiderman II, que yo no la vi, ¿puedo tía?, ¡dale, dejáme quedarme!, te prometo que no ensucio nada – y mi marido que toca la bocina, mi hermana que lo reta y yo que sufro, ¡ay Dios!.



Dafne Mociulsky

3 comentarios:

Anónimo dijo...

wow es re cortázar

Mario dijo...

hola dafne! como va? no sabia que teniais blogggg

saludos

M.

Anónimo dijo...

hola soy rodolfo de santiago del estro argentina... el cuento es espectcular y e digo que casi me hizo lagrimear porque te hacen recordar a cosas q uno hace cuando es chico y como las vive despues cuando ya se es grande... te felcito.. escribes muy lindo y te digo que a partir de ahora soy un fan tuyo... jejeje besos