jueves, 16 de abril de 2009

Segundo capítulo de mi última novela "¡Calláte!"

II
Nadie hablaba en este colectivo que se desplazaba lento y silencioso. Ya estaba por llegar, nadie había hablado. Esto se debía a que los pasajeros viajaban solos. La mujer reflexionó acerca de quiénes son los que conversan en los bondis, sacó su cuaderno de la cartera y anotó: las mujeres con amigas, los adolescentes, las mamás con los hijos, las ancianas, las parejas jóvenes y que están saliendo hace poco tiempo. Los que no hablan son los hombres mayores de cuarenta, las mujeres que vienen de una oficina o de una recepción y cierta clase de adolescentes obscuros que la mujer no supo con qué calificativo definir. Un ring tone surca el silencio apenas ajado por el ronroneo del motor y los bostezos agudos de las frenadas – SÍ, YA SÉ QUE SOS VOS, POR ESO NO PREGUNTO… ESTÁS BORRACHO… VOS NO ENTENDÉS NADA, ¿VERDAD?, POR ESO NO ESTAMOS JUNTOS, MIRÁ, CALLÁTE, ESCUCHÁME VOS A MÍ AHORA, HAY TRES COSAS QUE YO ODIO EN UN HOMBRE: LA BORRACHERA, LA GORDURA Y LA VAGANCIA… ¿ME ESCUCHASTE?, SÍ, SÍ, VOS TENÉS UN POCO DE LAS TRES, NO ME JODAS… ESTOY EN EL COLECTIVO, SÍ, DALE, DESPUÉS HABLAMOS, BESOS –la mujer tomó nota extasiada, palabra por palabra, textualmente. Ya estaba en otro mundo, divertida. ¿Qué habría pasado?, la chica no era muy bonita, tampoco tan joven. Parecía de carácter fuerte, un tanto hostil, aunque sincera, la mujer pudo verle eso en los ojos, eso que tiene la gente sincera. Seguramente el muchacho era un desastre y ella quería enderezarlo, pensó y el ring tone de la risa de Homero Simpson volvió a sonar − ¿NO PODÉS ESPERAR QUE LLEGUE A CASA?, SÍ, YA TE DIJE QUE ESTOY EN EL BONDI… ME ESTÁS HACIENDO PASAR UN MOMENTO DE MIERDA –y la mujer tuvo que descender del colectivo.
Había dos calles que la llevaban hacia su casa desde donde estaba, si tomaba por Gral. Bustillo, el camino era más agradable, pero tenía que pasar por la plaza y la vía muerta, lugares que le daban miedo por la posibilidad de toparse con un chorro o con un perro que le ladrara y la persiguiera. La mujer era miedosa, siempre lo fue, así la educaron, así creció, así educó a sus hijos. Lorena era policía.
Tomó por Victorica, que era el camino más largo pero más seguro para su gusto. A pocas cuadras de llegar, frente al supermercado, vio a la misma parejita que venía viendo, sentados en el mismo pilar de la misma casa durante la última semana. Tendrían quince años. Otra vez él lloraba y ella miraba a los costados, aburrida, balanceando las piernas. Nunca los escuchó hablar, pero una vez los vio abrazados, él lloraba y ella tenía cara de huir. Hilvanó las impresiones del día y se le cayó encima un recuerdo de su propia juventud: Horacio Gutiérrez. Estuvo a punto de casarse con él, lo hubiera hecho de no haberse dado cuenta a tiempo que él era alcohólico; pero no, no fue por eso, la mujer se detuvo en la vereda con un dedo apoyado en los labios – LA PRÓXIMA VEZ TE CAGO A PALOS, PENDEJO DE MIERDA, ¿CÓMO ME TRAÉS LA CARPETA ASÍ?, ¿QUÉ TE PASA? –y Horacio se escondió, se perdió en la nube de humo nuevo. La mujer ahora pensaba en como tratan las madres a sus hijos, veía ejemplos en la escuela todo el tiempo, no, no tenía ganas de pensar en esto, esos eran pensamientos laborales que no debían molestarla ahora que estaba entretenida. Buscó a Horacio, lo encontró en una fiesta, en un cumpleaños de su hermana Nélida. La mujer tenía dieciocho años. Llevaba casi un año de noviazgo con Horacio, proyectando casarse. Era él quien la había desvirgado. En esa fiesta él se emborrachó delante de la familia de ella y casi se va a las piñas con un primo lejano que estaba en Buenos Aires por primera vez. Por eso se separaron. Ahora sí recordó el conjunto: él la iba a buscar a todos lados y lloraba pidiéndole otra oportunidad. La mujer por aquel entonces tenía inflado el ego; sin salir del barrio contaba con más de tres pretendientes fijos y cuando iba a bailar con las chicas causaba furor… la mujer estaba a media cuadra de su casa ya, se palpó el vientre, estaba gorda, se miró las manos, estaban descuidadas, casi le costaba creer que era esa misma chica que le rompió el corazón a Horacio Gutiérrez.
Alber no estaba, y era una pena porque percibía que esta noche podría haber convulsiones – Hola má. ¿Sabés donde está Nachito?, yo estuve todo el día acá y no lo vi.
−Debe andar por ahí, Lore, ¿qué te preocupa?. ¿Qué es eso?
−Estoy haciendo una torta para el Cabo Fernández que cumple años mañana, él no sabe nada, es una sorpresa – Lorena se ruborizó y la mujer le sonrió – Pero decíme, má, ¿ni idea de qué hace Nachito?, no me gustan mucho esos pendejos con los que se junta.
−Pero si son un amor esos chicos, los conocemos desde la primaria.
−Escucháme – le dijo Lorena a la mujer en un tono más bajo – me parece que son gays los amigos, qué se yo, se pintan las uñas, ninguno tiene novia…
La mujer rió, sin saber por qué le causó tanta gracia
–Lore, dejá el laburo en el laburo, disfrutá tu franco. Hacé como yo, no te enrosques más, acá no tenés que andar observando lo que hace nadie. Mejor hablemos del cabo ese que te tiene como loca. Decíme, ¿tiene novia el muchacho?
−Mmmm, no, pero no hay una que no se fije en él, es el chico lindo de la comisaría. Pero es más que un chico lindo má, no sabés, con él puedo hablar de todo y no me siento gorda ni tonta ni fea cuando me toca salir a dar vueltas con él. Además es como si él trajera buena suerte, nunca nos tocó ningún problema estando juntos.
−Ay, mi amor, qué enamorada que estás. En estos días me voy a hacer tirar las cartas, ¿querés venir conmigo?
−No sé, después vemos. ¿Y Nachito?, al final no me dijiste nada.
−Que se las arregle ese vago, si viene muy tarde puede calentar las milanesas en el microondas, no le cuesta nada –El ring tone de Lorena sonó antes que la respuesta − ¿Te alcanzo el celular, dónde lo tenés? –la mujer se quedó relativamente cerca como para escuchar la conversación de Lorena. Sí, otra vez la dejaban plantada. No tenía muchas buenas amigas, eso se hacía muy evidente los viernes. Era mortificante para la mujer transcurrir esos viernes y sábados por la noche con Lorena, comiendo pizza, viendo la tele, jugando al chinchón, depilándose mutuamente, tiñéndose o tejiendo. Estaba bien para ella, pero no para una chica de veintidós años. ¿Por qué razón Lorena no era una “chica”?, solía preguntarse la mujer. Lorena carecía totalmente de vanidad, gastaba su dinero en cosas para la casa, no se le ocurría gastarlo en ropa o cosméticos. No tenía hábitos “femeninos”, excepto los básicos. No seducía ni se dejaba seducir, era tan tierna como violenta. Cuando tenía novio era igual.
Lorena se parecía a su padre: ancha de espaldas, gordita, morocha y con ojos alegres, mientas que Nachito se parecía a su madre, a como ella era en la juventud, delgado, grácil, pálido y sus ojos eran pardos. Ninguno de los dos acostumbraba a reírse a carcajadas casi nunca, pero cuando lo hacían, era todo un acontecimiento. El sonido de sus risas era en lo que más se asemejaban los hermanos.
Nachito apareció en el preciso instante en que madre e hija lograron ponerse de acuerdo en cuanto a la selección de la película que iban a ver. Alguien lo esperaba en el pasillo −¿Quién es…?, decíle que pase –resolvió la mujer, comprendiendo el rubor de Nachito. La chica entró casi en cámara lenta, la primera en abordarla fue Lorena, con evidente buen humor, ofreciéndole un vaso de gaseosa. La chica, que se llamaba Evelyn, no fue capaz ni de pronunciar su nombre, Nachito tuvo que hacerlo por ella. Evelyn se sentó en el sofá y permaneció taciturna, observándose los agujeros de la medibacha, mientras Nachito mangueó a su hermana. Esta vez Lorena le dijo que no le prestaba la plata, sino que se la regalaba y hasta se atrevió a darle un abrazo – Vamos Evelyn, se nos hace tarde –la chica saludó como pudo y al pisar la calle recuperó el habla – Disculpá, tenía que pasar por casa, no tengo un mango –le dijo Nachito − ¿No pensás retomar el laburo en la peluquería?
-Mmmm, no sé –Nachito se quedó callado. Evelyn se arrebujaba dentro de la campera de jean y quizás por eso no le daba la mano. Las veredas desfilaban debajo de sus pies; ambos iban cabizbajos, colgadísimos, ninguno de los dos estaba realmente ahí. El pensaba en las tijeras, en el miedo a cortarse accidentalmente cuando les alcanzaba las cosas a los peluqueros. Nachito era hemofílico y muchas veces la realidad se le imponía como cachetazo. Evelyn le dio la mano, estaba congelada. Llegaron a una calle en la que por suerte los árboles no habían sido podados y ya no importó que no hablaran porque sus silencios fueron reemplazados por el crujir de las hojas secas y se pusieron divertidos −¿Qué tal si festejamos el otoño? –dijo ella y juntó hojas del piso, se tomó el trabajo de romperlas como papel picado para tirárselas a él en la cara. Por eso Nachito la quería tanto.
Faltaban muchísimas cuadras y comenzaba a hacer frío, caminaron un poco más a prisa después de esa digresión. No se les ocurría ni media palabra que decirse, pero no era triste. Lo que sí les resultaba algo penoso era que se estaban separando sin haberse unido nunca, no sabían muy bien qué hacer con el amor. Ambos tenían diecisiete años y se asumían como bisexuales.

Algo de eso había soñado Alber, pero no estaba seguro, muchas veces se le mezclaban las proyecciones con los sueños. Si estaba cansado, aburrido y manejando, las películas le salían muy mal. Dialogaba poco con sus acompañantes, que a veces eran dos. Gozaba de sus proyecciones, excepto cuando se desarrollaba una película indeseada que no podía detener porque… le ganaba la curiosidad, también el cansancio que le jodía los reflejos psicológicos. Una vez tuvo que ver el velorio de su mujer durante seiscientos kilómetros, sin poder pensar en otra cosa. Sin embargo lo de Nachito… no, no recordaba con exactitud si lo soñó o lo construyó involuntariamente. Nachito y su mejor amigo se masturbaban mutuamente, claro que eso no se veía, pero se entendía. A pesar de las ganas de vomitar no había podido detener la película, o despertarse, ¿y por qué, para colmo, le venía al recuerdo?, lo mismo que el velorio de su mujer, tan nítido en la memoria que daba miedo, tan bien lo vio que a veces pensaba que si ella moría antes que él y tuviera que pasar por todo eso no podría llorar. Se jactaba de no ser un hombre morboso y criticaba las conductas morbosas, aunque no era capaz de controlar su propia imaginación muchas veces. Con Lorena no le pasaba, a decir verdad, rara vez pensaba en ella. No le gustaba mucho que fuera policía, le daba temor que algo pudiera pasarle, no obstante, en su fuero interno, abrigaba cierta seguridad, confianza en ella, Lorena era una persona cautelosa, prudente y práctica. Intuía de alguna manera que ella estaba bien, porque cuando algo le pasaba a Lorena, bastaba con preguntarle por sms y acertar. Siempre acertaba. Ahora sabía que ella estaba enamorada, no hacía falta que se lo confirmara. Por las noches, en la cama con su mujer, solían hablar acerca de sus hijos, Nachito lo sacaba de las casillas. No le agradaba su forma de vestir, su peinado, su forma de hablar, en cambio a la mujer la exasperaba la soledad de Lorena, la falta de entorno afectivo y no se ponían de acuerdo para hacerse mala sangre.
Estaba llegando a destino, los pensamientos le habían hecho buena compañía, relativamente. El acompañante seguía cebándole mates de manera maquinal.

Dafne Mociulsky

domingo, 12 de abril de 2009

Este es el primer capítulo de mi última novela. Si querés podés, leélo y comentá.

¡Calláte!

Primera parte

I

La mujer captura y recopila interferencias de voces ajenas en cuadernos espiralados universitarios. De vez en cuando un suspiro le recuerda que le hubiera gustado estudiar en la Universidad. Lo piensa cuando se siente vieja, le pasa en muchos aspectos –ENVEJECEMOS PORQUE LOS RECUERDOS SON MUCHOS –dijo la chica sentada en el asiento de adelante, la del cabello rubio en desorden, mal atado. La observada le dijo eso a quien le hablaba desde el celular.
Las capturas surgen en momentos instintivamente dados, sonidos percibidos como olores, la mujer sabía muy bien hacia donde girar los oídos, cómo descartar una cumbia indeseada, un ring tone estridente y lavar las palabras que quería rescatar. Palabras como torrentes, corriendo por todos lados, siempre es así, nada ni nadie sabe callarse, hasta los mundos imaginarios hablan sobre lo que hablan los otros. La mujer en el centro de su mundo, deteniendo esos torrentes.
Al descender del colectivo, recordó la cena, no sabía qué hacer para la cena. Caminaba y escuchaba, alguien cantó algo en inglés, un auto pasó vociferando una propaganda radial, bocinas, risas, en fin, la avenida más transitada del barrio, sobre todo a esas horas. No pudo ordeñarle una señal a la situación, algunas veces funcionaba a través de una conversación, un cartel, una imagen. Pero esta cena debía pensarla. Nachito era el más delicado, Alber era humilde y comía de todo, Lorena era la más voraz para comer, había que cuidarla, le apenaba pensar en el estado de su hija, porque ella a su edad gozaba del poder de seducir, de ser deseable, mirada; de todos modos duró tan poco esa época de bailes, salidas, muchachos y viajecitos con amigos a la costa, que ni sabía si valía la pena desearle a su hija una diversión tan efímera, algo que se consume tan pronto. Ella conoció a Alber siendo joven, en el apogeo de su gracia y lo que sigue es previsible. Entonces le deseaba a su hija otros disfrutes, le deseaba que sus logros sean trascendentales, le deseaba paz mental y control de los sentidos.
Lorena solía morderse a sí misma y gritar con la cabeza aprisionada entre la almohada y el colchón, para que no la oyeran.
– AHORA ESTÁ MEJOR, SE ESTÁ ACOSTUMBRANDO A COMER SIN SAL.
−NO ME DIGAS BOLUDECES –la mujer se sacude las elucubraciones y presta atención a su turno, el almacenero la está mirando.

La mujer albergaba cierto deseo desdibujado de cuidar la figura, algo le faltaba para definir esa voluntad. En la familia nadie se daba cuenta, no sospechaban que se le estaba marchitando un sector del ego y de manera progresiva. A veces no soportaba ser vista, presentarse ante los demás con el abdomen tan voluminoso –O SOS FLACA O TENÉS TETAS –decía la chica que subió por Barrio Norte. Tomó nota de eso y pensó. Había escuchado toda la conversación, podía recordarla casi íntegra. Una morocha que se quejaba de estar tan flaca, de que prácticamente se le habían consumido los senos; por su parte la otra, más rellenita, se quejaba de su “buzarda” (en este punto la mujer se sintió identificada y duplicó su atención) –LO BUENO DE TENER TETAS ES QUE NO SE TE NOTA TANTO LA PANZA −la mujer reprimió el deseo de decirles “¡Ay, chicas, si son más que bonitas ustedes!, ya tendrán tiempo de volverse viejas y feas como yo”. Estas cosas también las anotaba.
La mujer, además, contestaba preguntas ajenas –MAMÁ, ¿EXISTE UNA CIUDAD QUE NO TENGA NOMBRE? –el nene rubio le preguntó a la mamá; iban parados y ella hubiera querido cederles el asiento, pero le dolía la espalda y las piernas. Después de la escuela siempre le duele algo. Generalmente es la cabeza, puntadas en el entrecejo, en las sienes. Los recreos la ensordecen, la bola de griterío que amasan entre todos, discordias entre los chicos, sermones de las maestras −¡NENE!, ¿CUÁNTES VECES TENGO QUE DECIRTE QUE NO SE DEBE CORRER POR EL PASILLO?, ¿SOS SORDO QUERIDO?– la maestra más vieja de todas, no era vieja aún. Diecisiete años hacía que le escuchaba decir lo mismo. La mujer se sintió súbitamente original, no era de gritar mucho, sino de mirar entrando en los demás a través de los ojos, generando un nerviosismo y una sumisión que era mejor no sentir. Cuánto ruido, la puta que lo parió, que me van a volver loca, dice y oye varios celulares escupiendo cumbias, reggetones, todavía los oye, aunque ya no esté en la escuela, los ecos se repiten y plantan semillas de dolor en su cuerpo.

Un sueño muy pesado tuvo la mujer. Para su sorpresa, descubrió que lo tenía fresquito en la memoria. Unos chicos de noveno grado avanzaban sobre su vereda. Se acercaban amenazantes y le robaban las pocas porciones de pizza que quedaban para compartir entre los muchos que estaban en la mesa dispuesta en la vereda misma, como solían hacerlo en Navidad. Los muchachos intrusos comían socarronamente delante de los legítimos comensales despojados - ¡Nene!, ¿qué hacés?, ¿no te das cuenta que somos un montón y solo nos quedaban esas pocas porciones?, ahora nos vamos a morir de hambre por culpa de ustedes –y los chicos se reían, ofreciéndole uno de ellos una porción mordida. Alber gemía indiferente, Nachito se miraba sus uñas pintadas de negro, Lorena tenía sueño y bostezaba. Entonces la invadía la decepción, que la conocía tan bien en la vida de todos los días. De ese lugar-situación pasó a otro, en el que ella sujetaba entre los dedos un cigarrillo roto. La cámara del sueño mostraba un plano detalle del dolor y el olor en los dedos, como solo pueden hacerlo las cámaras que filman los sueños. Esto le llamó la atención, nunca había soñado que fumaba, ni siquiera cuando dejó el cigarrillo y era algo que deseaba tanto. Le pidió fuego a una chica morocha, de cabello largo, ondeado, algo rellenita pero no gorda, de rostro casi alegre.
La mujer pensó junto al mate cómo fue posible verla tan nítidamente y sospechó que tal vez la conocía, o podría haberla visto en alguna parte no muy familiar, quizás en un subte, en la cola de un supermercado, una cara más que se bate en la sopa ciudadana, otra energía desconocida que se inscribe sin ser invitada, cavilaba la mujer, que sospechaba de tanta claridad y tanto recuerdo, mientras escuchaba las historias de taxistas de Arjona, espantoso disco que escuchaba a escondidas porque no había quien no lo odiara en la casa, a ella misma le gustaba con un poco de vergüenza. El aroma del sahumerio llenaba toda la casa. La mañana le pertenecía desde el uso del control remoto hasta la decisión de abrir todas las ventanas aunque hiciera frío.
Volvió a concentrarse tras una pausa porque la había llamado Alber desde Córdoba.
Entonces la mujer sujetaba un cigarrillo despedazado entre sus dedos actuales, arrugados por el trajín de los años lavando platos sin guantes porque le molestaban. Le pidió fuego a esa chica morocha que llevaba puesta una campera de jean abotonada y una larga pollera blanca; el cabello suelto, enmarcándole la cara sin cubrir los rasgos. La morocha le alarga un encendedor, ella se sirvió de su fuego y, al hacerlo, se le cayeron unas brasas sobre el borde de la pollera que llegaba al piso como una orilla de mar de tela –No me cuidaste –le dijo la morocha – No me cuidaste, ¿ves lo que hiciste? –y su ojo derecho escupió repentinamente una lágrima – Vos sos como mi ex, él nunca cuidaba nada. El solía fumar en la cama y me agujereaba las sábanas accidentalmente – y aparecía la morocha con el ex, en la cama blanca, iluminada por el sol mañanero – Todo lo que me quedó de esa relación son sábanas agujereadas –fue lo último que la mujer quiso escuchar, porque la verosimilitud le dio miedo. Despertó abruptamente en su cama sin Alber. Si él hubiera estado lo tomaría como interlocutor “Alber, soñé que entraba un ladrón al lavadero y se llevaba la plancha” Alber, soñé que Lore era hombre” Alber, soñé que el mostrador de la panadería estaba lleno de gatos” Alber, soñé que en la escuela había olor a mierda y nadie sabía por qué, y todos venían a olerme a mí porque yo no apestaba”. El adjudicaba la rareza de los sueños a las pastillas que ella tomaba para poder dormir. Ante cualquier suceso onírico él opinaba lo mismo, dejando huérfana de interpretaciones a su mujer.
Algunas veces, debido a su aguda atención, ella encontraba respuestas a preguntas internas surgidas en las conversaciones. Dos chicas en el asiento de atrás, aparentemente estudiantes de psicología. Una de ellas le relataba lo que soñó a la otra. La mujer hacía esfuerzos por no torcer el cuello hacia atrás y no perderse, porque el que estaba a su lado hacía un zapping musical con el celular – HAY UNA DICTADURA MUSICAL CON ESTO DE LOS CELULARES –frase que interfirió por ahí, cuyo autor la mujer no podía ver – LO QUE TE HABRÁ PASADO ES QUE QUIZÁS TE CONECTASTE CON TU MEMORIA ANIMAL EN ESE SUEÑO –Uf, refunfuña la mujer, que entre dictaduras musicales, timbres, bocinas y miles de voces bailando, saltando y pogueando con movimiento samba del colectivo, nunca pudo escuchar aquel sueño – ALGUNA VEZ FUI BURRO Y ME RUMIÉ UNA EXISTENCIA ENTERA –Esto no le pasaba seguido: encontrar un acertijo. Cuando pescaba frases sin saber en qué contexto fueron dichas, trataba de descifrarlas.
“LA MUJER CUANDO VA PERDIENDO SU JUVENTUD VA GANANDO EN…” última palabra ausente porque no la oyó “¿ACASO EXTRAÑÁS TU CEREBRO DE LOS VEINTE AÑOS?” horas se pasaba frente a esta anotación. Para completar la carencia o encontrar un sentido, escribía una serie de pautas:
-Superar los ímpetus.
-Astucia.
-Poder de organización –pero se veía obligada a recordar el tono, porque el tono es capaz de torcer las palabras hacia un sentido.
Otra cosa que le gustaba hacer en soledad y que no quería que nadie lo supiese, era escuchar cuentos infantiles en cd. Admiraba a la gente que podía componer personajes con la voz.

−CUANDO A UN RATÓN SE LE CAE UN DIENTE, ¿QUÉ PREMIO LE DAN?– pregunta de una nena sin dientes a su hermano mayor; fue lo último que escuchó antes de llegar a la casa y sentir olor a Alber. Al fin volvió Alber. Trajo alfajores cordobeses para todos. Alber es chofer de larga distancia. Lo mejor del reencuentro fue que implicó una reconciliación por sí mismo. Antes de irse había discutido con la mujer.
Entre cinco o seis veces al año ella lograba llegar a obtener “orgasmos epilépticos” (así los denominaban en la intimidad). Eran orgasmos en serie, multiorgasmos, con la particularidad de estar acompañados por movimientos frenéticos, “epilépticos”, efectuados por la pelvis, convulsiones. Si bien la mujer no había llegado virgen al matrimonio, podría decirse que llegó apenas acariciada, totalmente inexperta. Ni siquiera había sabido entender cuando fue desvirgada, porque ella creía que perder la virginidad era orgasmear por primera vez, y eso lo sintió a los dos meses de estar casada, fue la primera convulsión. Ambos se asustaron un poco. Después se fueron acostumbrando, hasta se permitían bromear al respecto: “concha epiléptica” le susurraba Alber al oído y le hacía cosquillas. Durante estos accesos, ella se ponía muy dominante y demandante, no quedando satisfecha fácilmente. Lo que más temía Alber era que sus hijos escucharan.
Amaba a Alber, ni se daba cuenta que estaba gordo, feo y avejentado, con los dientes picados y amarillos, el pelo grasoso y la conversación tediosa. Ella sentía su olor entrando en la casa después de días y se emocionaba, aunque casi siempre reprimía sus manifestaciones afectuosas. Ella lo deseaba, no constantemente, pero era su único y eterno objeto sexual. Ella podía disociarlo de su marido cuando lo miraba de esta forma, lo miraba como hembra, no como mujer, no como su mujer que le planchaba las camisas y más de una vez refregó alguna palometa de los calzones (comprendiendo que a veces a él le podía pasar que se quedaba sin papel en alguna estación de servicio en el medio de la nada). Antes de irse, ella lo deseó con presagios convulsivantes y él no quiso, le ganaba el cansancio – Dale negra, que estamos grandes – le dijo aquella noche y ella, ofendidísima, amagó con masturbarse. El quería reírse, pero se contuvo, hubiera sido de muy mal gusto. En el fondo sintió ternura, en un fondo con telarañas y olor a viejo crecía una florcita; ella de a ratos se borraba las arrugas y se mojaba como a los veinte. Sin embargo estaba algo enojado Alber, molesto, porque miles de millones de veces fue él quien quedó con un garrote en la mano sin saber qué hacer, mientras su mujer dormía con la entrepiernas seca, soñando esos sueños raros, y él no se ponía a patalear, llorar y amenazar como hacía ella cuando él no quería, o realmente no podía.
En algo eran distintos, los desencuentros les repercutían de maneras muy diferentes. Ella, al día siguiente de un desencuentro de éstos, iba a la escuela con humor de indispuesta (aunque hacía años que ya casi no menstruaba) y rompía la dieta por un día. El buscaba a alguna mujer arancelada por ahí, si es que no tenía alguna amante. Alber tuvo amantes que le duraron mucho tiempo. Las buscaba en igualdad de condiciones, solo con mujeres casadas. Estuvo un año acostándose con la mujer de uno de sus compañeros choferes, que nunca se enteró y siguieron tomando cervezas, cafés o mates juntos como si nada. Nunca tuvo crisis de conciencia Alber, porque también se sentía víctima de las irregularidades de su mujer. Muchas veces sentía que le costaba amarla, pero si miraba un poco a su alrededor y prestaba atención, se encontraba con que nadie a su edad amaba ya a su mujer. Este asunto lo trataba únicamente consigo mismo.
Las rutas lo hacían soñar despierto. Al principio lo sentía como una obligación y después lo empezó a disfrutar. El se cambiaba de persona en las películas que proyectaba sobre el pavimento interminable. Una vez imaginó durante catorce horas como hubiera sido su vida si se hubiera casado con su prima Valeria sin saber que eran primos. Era prolijo para imaginar, si era necesario detenía el rodaje para hacer marcaciones actorales, cambios de vestuario y hasta de actores y escenografía. Ensayaba hasta que la película salía perfecta, y una vez que la veía, sabía que no habría repetición.

Dafne Mociulsky

martes, 7 de abril de 2009

Nota en el Sí de Clarín

FERIA DEL LIBRO INDEPENDIENTE ALTERNATIVA
Todo queda en familia
Como desde hace tres años, la Flia convocó artistas contraculturales de todos los tipos.


El domingo se llevó a cabo la décima edición de la Feria del Libro Independiente alternativa/amiga/autónoma/anárquica... la palabra que elijas de forma tal que el acrónimo sea Flia. Ese espíritu entre familiar y juguetón fue lo que reinó en el Estacionamiento recuperado por los estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, durante toda la tarde y parte de la noche (para no molestar a los internados en el Clínicas).

Desde hace tres años, la idea de un espacio de construcción colectiva y autónoma viene creciendo a paso agigantado. En esta muestra, hubo más de 100 stands semi improvisados con editoriales alternativas, escritores independientes, proyecciones de documentales, charlas y debates, ropa, radio abierta... y todo eso que no suele haber en el ambiente academicista de la Feria del Libro tradicional.

Con el correr de la tarde, el calor se hacía cada vez más agobiante, así que en el bar del Cecso (Centro de Estudiantes de Ciencias Sociales... ojo con la pronunciación) explotó la venta de jugos exprimidos, gaseosas, y alguna que otra bebida espirituosa.

Por el lado artístico, la presencia de Ezequiel Abalos, Luli a Secas y demás músicos amenizaron la tarde, mientras que el éter se agitaba con las presencias de distintas radios comunitarias como La Tribu y UPMA entre otras.

Las charlas estuvieron enfocadas a la construcción de una contracultura: el concepto de copyleft, bibliotecas virtuales y demáss respuestas populares.

A las 20, en el cine se proyectó la tercer parte de Zeitgeist, el archi publicitado documental under sobre el estado de las cosas.

Como reflexión final, Mariela Barreiro, una de las asistentes a la feria, sostuvo: "La descubrí de pura casualidad, y la verdad es que se necesitaba un espacio de este estilo. Es bueno bucear a través de palabras que no suelen hacerse ver tan fácil".

Ya que no hay nada más lindo que la familia unita, si querés saber dónde y cuándo es la próxima, andá chequeando feriadellibroindependiente.blogspot.com.

Hernán Escudero

viernes, 3 de abril de 2009

+ fotos de la 10º fia












Todos los jueves "Corré la voz" x fm en tránsito, 93.9



Corré la voz. Programa en FM En Transito. Sección de la FLIA
http://correla.blogspot.com/
Dafne Mociulsky y Fernando Bonsembiante participamos de este programa conducido por Santiago Alonso en la sección fija de la FLIA, hablando de literatura y leyendo cuentos y poemas.

miércoles, 1 de abril de 2009

Fotos de la 10º flia x Fernando Bonsembiante + nota en página 12











Domingo, 29 de Marzo de 2009

CULTURA › DECIMA EDICION DE LA FERIA DEL LIBRO INDEPENDIENTE Y AUTOGESTIVA

Por un espacio sin intermediarios
Alguna vez se planteó como una oposición a la Feria del Libro de la Rural, pero hoy la FLIA muestra una potencia propia que no necesita referentes y que podrá comprobarse hoy en el estacionamiento de la Facultad de Sociales de la UBA.



La feria comenzó en 2006 con cincuenta stands; hoy podrán recorrerse doscientas mesas.
A la par de toda la gama de actividades “oficiales” de la cultura restringida porteña y bonaerense, muchos vienen señalando, desde hace varios años, el fenómeno de multiplicación de espacios de apertura a nuevos e inéditos ordenadores y usuarios. Y no son ya pequeños ni “invisibles”, como alguna vez lo fueron (necesariamente o no) desde los sótanos vetustos, los cafés literarios, las guaridas románticas y los antros bohemios. Se propagan sobre la superficie –en fábricas recuperadas, centros culturales, fiestas y sitios resignificados por la impronta democrática– y sus múltiples transversales, del “boca en boca” hasta el feed del blog. La diferencia de base entre unos y otros reside en su finalidad: del predominio del carácter espectacular –comercial en desmedro del artístico– comunitario de los primeros al viceversa de los segundos. En esa sintonía reflexionaron, hace tres años, una quincena de escritores que, mientras miraba desde la vereda entrar y salir gente de la Feria del Libro en el predio de la Rural, concibieron los lineamientos de lo que sería la Feria del Libro Independiente y Autogestiva (FLIA), que tendrá su décima edición hoy a partir de las 12 y hasta las 23 en el estacionamiento de la Facultad de Sociales de la Universidad Nacional de Buenos Aires, ubicado en Azcuénaga 933, con entrada libre y gratuita.

Precisamente, que de los 50 stands que en 2006 expusieron sus producciones en el Sexto Kultural, en Chacarita, se pase a las casi 200 mesas que participarán en la cita, pone la nota en lo antedicho: “¿Por qué hay que estar peleando por un lugar que se puede generar con las propias manos?”, se pregunta Nadia Presti, una de las organizadoras de la FLIA, en la charla con Página/12. Agil, antepone una respuesta: “Esta es la generación del ‘hazlo tú mismo’”. Y para sustentar la afirmación, la joven cuenta que los libros, fanzines, comics y revistas son íntegramente realizados por quienes, además, los venderán detrás de los caballetes. “La feria ‘oficial’ no es la misma que hace diez años, cuando tenía un poco más de acercamiento entre el lector y el escritor. Una de las propuestas de nuestra feria es cortar con los intermediarios”, ofrece.

“Posicionarse como independiente –continúa la joven– va por el lado de no tener que seguir una línea editorial o partidaria. Se puede serlo por necesidad o por elección. En nuestro caso, se dio de forma natural”, teoriza, en tiempos de ufanía nominal de tantas movidas culturales. En limpio, ¿cuál es la fin de la FLIA?. “Para sacar un libro y que esté en una librería, el producto tiene que tener una calidad de impresión buena. Entonces, hay escritores que quedan fuera del circuito y no tienen cómo entrar con un libro hecho a mano. Sin embargo, muchos son geniales y hasta viven de sus eso. La FLIA les da el espacio”, asegura.

La décima edición de la feria contará con lo de siempre: además de las columnas de stands que se repartirán sobre el asfalto del estacionamiento, habrá muestras de artistas plásticos, presentaciones de nuevas publicaciones, música en vivo, sorteos, proyecciones, recitados de poesía y una radio abierta a la concurrencia. También charlas temáticas, de las cuales la primera será sobre la Historia de la FLIA, según adelantaron los organizadores. “Vamos a juntarnos algunos de los que estamos desde el principio a contar más o menos cómo empezamos y cómo funciona el colectivo”, anticipa Presti.

–-Suponga que ya está en ese momento...

–Siete años atrás había un grupo que se llamaba Maldita Ginebra, gente grande que se ponía en la vereda frente a la Feria del Libro a vender sus producciones. Eran puestos de difusión de trabajos que no tenían lugar. Noso-tros tomamos un poco de eso para formar la base, pero fue bastante espontáneo porque notamos la necesidad de un espacio para la gente que escribe. Lo primero fue plantear una “contraferia” pero enseguida nos dimos cuenta de que era absurdo. Cuando estás generando un espacio al que asisten 3 mil personas, te olvidás de la Feria del Libro. Y sobre cómo funcionamos... Somos un colectivo abierto y horizontal. Nos reunimos una vez por semana y se discute todo lo que implica hacer la FLIA, pero también hacemos algunas juntadas reflexivas para hacer un balance y plantear proyectos futuros.

El presupuesto, aunque resulte una obviedad, es siempre escaso. Los aportes de los integrantes del colectivo más lo obtenido en el buffet, la barra y “la gorra” solidaria que pasa entre los concurrentes hacen al activo de la agrupación. El resto es fraternidad: algunos tablones prestados para las mesas de exposición (en las primeras ediciones improvisadas sobre cajones de manzanas) y las invitaciones de los sitios en donde finalmente hacen la puesta (el centro cultural Sexto Kultural y las fábricas recuperadas La Nueva Esperanza, de Devoto, y el IMPA, en Almagro). “Hemos hecho ferias con un mes de organización, pero siempre viene mucha gente y hay muchas cosas lindas para ver. Hay una gran variedad y calidad de libros artesanales, ilustraciones, comics y fanzines. Son productos que no son realizados en serie. Son hechos con amor y eso se nota mucho”, motiva Presti, que además se desempeña en diseño de tapas de la editorial El Asunto, que participará con un stand en la feria.

Otros de los puestos que podrán visitarse durante la jornada serán los de los fanzines 10 pal peso, Bs. As. desorden, Humo suburbano, La bola en la ingle, Milime, Quedishu, Refugio de monos y Upma; las revistas Sudestada, Eco, Antiprincipito, Domus (historietas), El monóculo, El pegote, El santo, La costurerita, El zordo, Escondete!, Esperando a Godot, Hombre nuevo, La quetrófila, Los asesinos tímidos, Mirabilis, Nah!, Patagonia, Pipí cucú, Postdata, Pulsar, Salchicha con peluca, Sensación, Próxima, Sr. Alelí y Ameba; las editoriales Tiento, Tinta Roja, Vomitarte y Zediciones (Mendoza); las radios FMp3 y La Tribu; las agrupaciones Alternativa Cultural Independiente, Artistas Sin Patrón, Chaya, Chico Mendes, Cimarrón, Cultura Libre (copyleft), Niños, Poesía Urbana y Silvando Bembas (cine); y los escritores Guillermo de Posfay, Pipo Lernoud, Dafne Mociulsky, Juan Manuel Seoane, Diego Arbit y Mónica Torres. Además, habrá puestos sobre cultura canábica, ropa, calcos, bijou, muñecos realizados con material descartable, pinturas y fotografías.

Informe y entrevista: Facundo Gari.
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