domingo, 12 de abril de 2009

Este es el primer capítulo de mi última novela. Si querés podés, leélo y comentá.

¡Calláte!

Primera parte

I

La mujer captura y recopila interferencias de voces ajenas en cuadernos espiralados universitarios. De vez en cuando un suspiro le recuerda que le hubiera gustado estudiar en la Universidad. Lo piensa cuando se siente vieja, le pasa en muchos aspectos –ENVEJECEMOS PORQUE LOS RECUERDOS SON MUCHOS –dijo la chica sentada en el asiento de adelante, la del cabello rubio en desorden, mal atado. La observada le dijo eso a quien le hablaba desde el celular.
Las capturas surgen en momentos instintivamente dados, sonidos percibidos como olores, la mujer sabía muy bien hacia donde girar los oídos, cómo descartar una cumbia indeseada, un ring tone estridente y lavar las palabras que quería rescatar. Palabras como torrentes, corriendo por todos lados, siempre es así, nada ni nadie sabe callarse, hasta los mundos imaginarios hablan sobre lo que hablan los otros. La mujer en el centro de su mundo, deteniendo esos torrentes.
Al descender del colectivo, recordó la cena, no sabía qué hacer para la cena. Caminaba y escuchaba, alguien cantó algo en inglés, un auto pasó vociferando una propaganda radial, bocinas, risas, en fin, la avenida más transitada del barrio, sobre todo a esas horas. No pudo ordeñarle una señal a la situación, algunas veces funcionaba a través de una conversación, un cartel, una imagen. Pero esta cena debía pensarla. Nachito era el más delicado, Alber era humilde y comía de todo, Lorena era la más voraz para comer, había que cuidarla, le apenaba pensar en el estado de su hija, porque ella a su edad gozaba del poder de seducir, de ser deseable, mirada; de todos modos duró tan poco esa época de bailes, salidas, muchachos y viajecitos con amigos a la costa, que ni sabía si valía la pena desearle a su hija una diversión tan efímera, algo que se consume tan pronto. Ella conoció a Alber siendo joven, en el apogeo de su gracia y lo que sigue es previsible. Entonces le deseaba a su hija otros disfrutes, le deseaba que sus logros sean trascendentales, le deseaba paz mental y control de los sentidos.
Lorena solía morderse a sí misma y gritar con la cabeza aprisionada entre la almohada y el colchón, para que no la oyeran.
– AHORA ESTÁ MEJOR, SE ESTÁ ACOSTUMBRANDO A COMER SIN SAL.
−NO ME DIGAS BOLUDECES –la mujer se sacude las elucubraciones y presta atención a su turno, el almacenero la está mirando.

La mujer albergaba cierto deseo desdibujado de cuidar la figura, algo le faltaba para definir esa voluntad. En la familia nadie se daba cuenta, no sospechaban que se le estaba marchitando un sector del ego y de manera progresiva. A veces no soportaba ser vista, presentarse ante los demás con el abdomen tan voluminoso –O SOS FLACA O TENÉS TETAS –decía la chica que subió por Barrio Norte. Tomó nota de eso y pensó. Había escuchado toda la conversación, podía recordarla casi íntegra. Una morocha que se quejaba de estar tan flaca, de que prácticamente se le habían consumido los senos; por su parte la otra, más rellenita, se quejaba de su “buzarda” (en este punto la mujer se sintió identificada y duplicó su atención) –LO BUENO DE TENER TETAS ES QUE NO SE TE NOTA TANTO LA PANZA −la mujer reprimió el deseo de decirles “¡Ay, chicas, si son más que bonitas ustedes!, ya tendrán tiempo de volverse viejas y feas como yo”. Estas cosas también las anotaba.
La mujer, además, contestaba preguntas ajenas –MAMÁ, ¿EXISTE UNA CIUDAD QUE NO TENGA NOMBRE? –el nene rubio le preguntó a la mamá; iban parados y ella hubiera querido cederles el asiento, pero le dolía la espalda y las piernas. Después de la escuela siempre le duele algo. Generalmente es la cabeza, puntadas en el entrecejo, en las sienes. Los recreos la ensordecen, la bola de griterío que amasan entre todos, discordias entre los chicos, sermones de las maestras −¡NENE!, ¿CUÁNTES VECES TENGO QUE DECIRTE QUE NO SE DEBE CORRER POR EL PASILLO?, ¿SOS SORDO QUERIDO?– la maestra más vieja de todas, no era vieja aún. Diecisiete años hacía que le escuchaba decir lo mismo. La mujer se sintió súbitamente original, no era de gritar mucho, sino de mirar entrando en los demás a través de los ojos, generando un nerviosismo y una sumisión que era mejor no sentir. Cuánto ruido, la puta que lo parió, que me van a volver loca, dice y oye varios celulares escupiendo cumbias, reggetones, todavía los oye, aunque ya no esté en la escuela, los ecos se repiten y plantan semillas de dolor en su cuerpo.

Un sueño muy pesado tuvo la mujer. Para su sorpresa, descubrió que lo tenía fresquito en la memoria. Unos chicos de noveno grado avanzaban sobre su vereda. Se acercaban amenazantes y le robaban las pocas porciones de pizza que quedaban para compartir entre los muchos que estaban en la mesa dispuesta en la vereda misma, como solían hacerlo en Navidad. Los muchachos intrusos comían socarronamente delante de los legítimos comensales despojados - ¡Nene!, ¿qué hacés?, ¿no te das cuenta que somos un montón y solo nos quedaban esas pocas porciones?, ahora nos vamos a morir de hambre por culpa de ustedes –y los chicos se reían, ofreciéndole uno de ellos una porción mordida. Alber gemía indiferente, Nachito se miraba sus uñas pintadas de negro, Lorena tenía sueño y bostezaba. Entonces la invadía la decepción, que la conocía tan bien en la vida de todos los días. De ese lugar-situación pasó a otro, en el que ella sujetaba entre los dedos un cigarrillo roto. La cámara del sueño mostraba un plano detalle del dolor y el olor en los dedos, como solo pueden hacerlo las cámaras que filman los sueños. Esto le llamó la atención, nunca había soñado que fumaba, ni siquiera cuando dejó el cigarrillo y era algo que deseaba tanto. Le pidió fuego a una chica morocha, de cabello largo, ondeado, algo rellenita pero no gorda, de rostro casi alegre.
La mujer pensó junto al mate cómo fue posible verla tan nítidamente y sospechó que tal vez la conocía, o podría haberla visto en alguna parte no muy familiar, quizás en un subte, en la cola de un supermercado, una cara más que se bate en la sopa ciudadana, otra energía desconocida que se inscribe sin ser invitada, cavilaba la mujer, que sospechaba de tanta claridad y tanto recuerdo, mientras escuchaba las historias de taxistas de Arjona, espantoso disco que escuchaba a escondidas porque no había quien no lo odiara en la casa, a ella misma le gustaba con un poco de vergüenza. El aroma del sahumerio llenaba toda la casa. La mañana le pertenecía desde el uso del control remoto hasta la decisión de abrir todas las ventanas aunque hiciera frío.
Volvió a concentrarse tras una pausa porque la había llamado Alber desde Córdoba.
Entonces la mujer sujetaba un cigarrillo despedazado entre sus dedos actuales, arrugados por el trajín de los años lavando platos sin guantes porque le molestaban. Le pidió fuego a esa chica morocha que llevaba puesta una campera de jean abotonada y una larga pollera blanca; el cabello suelto, enmarcándole la cara sin cubrir los rasgos. La morocha le alarga un encendedor, ella se sirvió de su fuego y, al hacerlo, se le cayeron unas brasas sobre el borde de la pollera que llegaba al piso como una orilla de mar de tela –No me cuidaste –le dijo la morocha – No me cuidaste, ¿ves lo que hiciste? –y su ojo derecho escupió repentinamente una lágrima – Vos sos como mi ex, él nunca cuidaba nada. El solía fumar en la cama y me agujereaba las sábanas accidentalmente – y aparecía la morocha con el ex, en la cama blanca, iluminada por el sol mañanero – Todo lo que me quedó de esa relación son sábanas agujereadas –fue lo último que la mujer quiso escuchar, porque la verosimilitud le dio miedo. Despertó abruptamente en su cama sin Alber. Si él hubiera estado lo tomaría como interlocutor “Alber, soñé que entraba un ladrón al lavadero y se llevaba la plancha” Alber, soñé que Lore era hombre” Alber, soñé que el mostrador de la panadería estaba lleno de gatos” Alber, soñé que en la escuela había olor a mierda y nadie sabía por qué, y todos venían a olerme a mí porque yo no apestaba”. El adjudicaba la rareza de los sueños a las pastillas que ella tomaba para poder dormir. Ante cualquier suceso onírico él opinaba lo mismo, dejando huérfana de interpretaciones a su mujer.
Algunas veces, debido a su aguda atención, ella encontraba respuestas a preguntas internas surgidas en las conversaciones. Dos chicas en el asiento de atrás, aparentemente estudiantes de psicología. Una de ellas le relataba lo que soñó a la otra. La mujer hacía esfuerzos por no torcer el cuello hacia atrás y no perderse, porque el que estaba a su lado hacía un zapping musical con el celular – HAY UNA DICTADURA MUSICAL CON ESTO DE LOS CELULARES –frase que interfirió por ahí, cuyo autor la mujer no podía ver – LO QUE TE HABRÁ PASADO ES QUE QUIZÁS TE CONECTASTE CON TU MEMORIA ANIMAL EN ESE SUEÑO –Uf, refunfuña la mujer, que entre dictaduras musicales, timbres, bocinas y miles de voces bailando, saltando y pogueando con movimiento samba del colectivo, nunca pudo escuchar aquel sueño – ALGUNA VEZ FUI BURRO Y ME RUMIÉ UNA EXISTENCIA ENTERA –Esto no le pasaba seguido: encontrar un acertijo. Cuando pescaba frases sin saber en qué contexto fueron dichas, trataba de descifrarlas.
“LA MUJER CUANDO VA PERDIENDO SU JUVENTUD VA GANANDO EN…” última palabra ausente porque no la oyó “¿ACASO EXTRAÑÁS TU CEREBRO DE LOS VEINTE AÑOS?” horas se pasaba frente a esta anotación. Para completar la carencia o encontrar un sentido, escribía una serie de pautas:
-Superar los ímpetus.
-Astucia.
-Poder de organización –pero se veía obligada a recordar el tono, porque el tono es capaz de torcer las palabras hacia un sentido.
Otra cosa que le gustaba hacer en soledad y que no quería que nadie lo supiese, era escuchar cuentos infantiles en cd. Admiraba a la gente que podía componer personajes con la voz.

−CUANDO A UN RATÓN SE LE CAE UN DIENTE, ¿QUÉ PREMIO LE DAN?– pregunta de una nena sin dientes a su hermano mayor; fue lo último que escuchó antes de llegar a la casa y sentir olor a Alber. Al fin volvió Alber. Trajo alfajores cordobeses para todos. Alber es chofer de larga distancia. Lo mejor del reencuentro fue que implicó una reconciliación por sí mismo. Antes de irse había discutido con la mujer.
Entre cinco o seis veces al año ella lograba llegar a obtener “orgasmos epilépticos” (así los denominaban en la intimidad). Eran orgasmos en serie, multiorgasmos, con la particularidad de estar acompañados por movimientos frenéticos, “epilépticos”, efectuados por la pelvis, convulsiones. Si bien la mujer no había llegado virgen al matrimonio, podría decirse que llegó apenas acariciada, totalmente inexperta. Ni siquiera había sabido entender cuando fue desvirgada, porque ella creía que perder la virginidad era orgasmear por primera vez, y eso lo sintió a los dos meses de estar casada, fue la primera convulsión. Ambos se asustaron un poco. Después se fueron acostumbrando, hasta se permitían bromear al respecto: “concha epiléptica” le susurraba Alber al oído y le hacía cosquillas. Durante estos accesos, ella se ponía muy dominante y demandante, no quedando satisfecha fácilmente. Lo que más temía Alber era que sus hijos escucharan.
Amaba a Alber, ni se daba cuenta que estaba gordo, feo y avejentado, con los dientes picados y amarillos, el pelo grasoso y la conversación tediosa. Ella sentía su olor entrando en la casa después de días y se emocionaba, aunque casi siempre reprimía sus manifestaciones afectuosas. Ella lo deseaba, no constantemente, pero era su único y eterno objeto sexual. Ella podía disociarlo de su marido cuando lo miraba de esta forma, lo miraba como hembra, no como mujer, no como su mujer que le planchaba las camisas y más de una vez refregó alguna palometa de los calzones (comprendiendo que a veces a él le podía pasar que se quedaba sin papel en alguna estación de servicio en el medio de la nada). Antes de irse, ella lo deseó con presagios convulsivantes y él no quiso, le ganaba el cansancio – Dale negra, que estamos grandes – le dijo aquella noche y ella, ofendidísima, amagó con masturbarse. El quería reírse, pero se contuvo, hubiera sido de muy mal gusto. En el fondo sintió ternura, en un fondo con telarañas y olor a viejo crecía una florcita; ella de a ratos se borraba las arrugas y se mojaba como a los veinte. Sin embargo estaba algo enojado Alber, molesto, porque miles de millones de veces fue él quien quedó con un garrote en la mano sin saber qué hacer, mientras su mujer dormía con la entrepiernas seca, soñando esos sueños raros, y él no se ponía a patalear, llorar y amenazar como hacía ella cuando él no quería, o realmente no podía.
En algo eran distintos, los desencuentros les repercutían de maneras muy diferentes. Ella, al día siguiente de un desencuentro de éstos, iba a la escuela con humor de indispuesta (aunque hacía años que ya casi no menstruaba) y rompía la dieta por un día. El buscaba a alguna mujer arancelada por ahí, si es que no tenía alguna amante. Alber tuvo amantes que le duraron mucho tiempo. Las buscaba en igualdad de condiciones, solo con mujeres casadas. Estuvo un año acostándose con la mujer de uno de sus compañeros choferes, que nunca se enteró y siguieron tomando cervezas, cafés o mates juntos como si nada. Nunca tuvo crisis de conciencia Alber, porque también se sentía víctima de las irregularidades de su mujer. Muchas veces sentía que le costaba amarla, pero si miraba un poco a su alrededor y prestaba atención, se encontraba con que nadie a su edad amaba ya a su mujer. Este asunto lo trataba únicamente consigo mismo.
Las rutas lo hacían soñar despierto. Al principio lo sentía como una obligación y después lo empezó a disfrutar. El se cambiaba de persona en las películas que proyectaba sobre el pavimento interminable. Una vez imaginó durante catorce horas como hubiera sido su vida si se hubiera casado con su prima Valeria sin saber que eran primos. Era prolijo para imaginar, si era necesario detenía el rodaje para hacer marcaciones actorales, cambios de vestuario y hasta de actores y escenografía. Ensayaba hasta que la película salía perfecta, y una vez que la veía, sabía que no habría repetición.

Dafne Mociulsky

1 comentario:

juan dijo...

hola dafne, me encanta y ademas estas cada dia mas linda ....te escuche en la radio de la flia, me encanto, segui ahi.....

juan