miércoles, 31 de octubre de 2007

Gus y yo en una participación de la FLIA en San Martín, noviembre del 2006




Mientras me ves
- cuento -
Pensaba que era por la casa. Todo indicaba serlo: cortinas color verde botella, ¿cómo ser feliz con unas cortinas tan cercanas a la muerte?, y las moscas, imposibles de evitar, ¡y hacía tanto calor!, esa casa comía sol y lo regurgitaba sobre mí toda la noche. Y ese olor a madera, penetrante, uno sentía que inhalaba astillas al respirar. Entonces me mudé, cambié de casa, de barrio y de mundo.
Mi vida es un tanto complicada ahora. Un señor viene a mi pieza todas las mañanas a despertarme. Nada es agradable antes del desayuno, suelo reaccionar de mal humor cuando oigo el chirriar de la puerta, la suela del zapato, percibo el movimiento circular, ¡no es necesario que gire sobre sí mismo para cerrar la puerta!, podría dar un paso y no hacerse el pintoresco; nunca logro despertar a tiempo para verlo.
Cuando abro los ojos ya está acomodando el caballete. Duermo desnuda especialmente para él, sino seguiría usando el camisón de mi abuela, que es tan suave y viejo al tacto.
En esta casa hay palomas y la cocina es grande, las cortinas son amarillas y el sol pasa más desapercibido. El señor que me pinta se llama Horacio. Tiene una verruga muy grande en la cara, de color marrón oscuro. A veces me habla un poquito.
Durante las primeras semanas quise entablar relaciones amistosas con un gato, pero me tenía miedo, parece que veía algo muy malo en mí. Era quizás mi soledad productiva. Siempre estoy buscando algo mejor.
El Señor Horacio me está pintando con una pierna mutilada. Me veo muy real, así me vería si me cortaran una pierna.
No tengo novio, nunca tuve uno de verdad. El contacto con el hombre... no sé, es como una alergia. Supuse que el hecho de dejarme pintar desnuda y mutilada sería terapéutico de alguna manera.
La casa de antes era fea, pero tenía algo que me gustaba: el hombre. Acá no tengo a nadie, y al Señor Horacio no puedo verlo con ganas de jugar el jueguito, por otro lado, creo que me ve como un objeto, según sus ganas debe darle lo mismo plasmarme a mí o a una manzana podrida en un cuadro. Estoy acostumbrada a esta condición, mi ex era fotógrafo, digo era porque lo maté.
¿Le falta mucho, Horacio?
No – me contesta, invariablemente, ¿qué le pasa?, ¿acaso no se da cuenta, no se nota demasiado que estoy sola y no tengo con quien hablar?, necesito vaciar este subconsciente, como cualquier hijo de vecino, después de todo... soy una chica sufrida, hija de padres sufridos. No había nada en mi casa cuando era chiquita.
Mire, Horacio, apure, ¿cómo quiere que se lo diga?, ¿tengo que ser más directa?, "quiero hacer caca".
Un minuto, por favor.- qué egoísta que es. Me hace acordar un poco a mi ex, pobre.
No teníamos muchas cosas en común. No puedo concentrarme - ¡Horacio, dele!- este tipo no se da cuenta de nada, me estoy contracturando. ¿Quién dijo que está bueno este laburo?, modelo vivo, bah, es bastante molesto. Si no me concentro en mis pensamientos me vuelvo loca de tedio. Mi ex jugaba al tenis y yo tomaba cerveza todo el día en la esquina con los muchachos, es que no sabía qué hacer con el tiempo, se me resbalaba hasta la hora del crepúsculo, cuando él llegaba y yo ya estaba ebria. Entonces teníamos muy rico sexo.
Lo extraño, hace más de un año que murió.
En esta casa se oyen todas las conversaciones de la casa de al lado; le están enseñando a hablar a la beba, es un suplicio, cada casa trae consigo el ying y el yang.
Me aburro -¡Basta Horacio!, me voy a hacer encima.
Es un minutito, por favor – Dios me libre y me guarde, ¿tendrá mujer este adefesio?, si es así debe padecerlo mucho. Todos los hombres son un cáncer, en mayor o menor medida, de una u otra manera, y lo peor es que esto es recíproco. El hombre y la mujer se enferman mutuamente hasta que encuentran un verdadero amor. Yo espero encontrarlo algún día. Con Omar casi llegué a creerlo. Estábamos construyendo algo que funcionaba en su estilo. No hablábamos mucho. Era extremadamente acomplejado y tímido, como si el tamaño de su pene fuera un reflejo de todo su ser y viceversa. A mí no me molestaba nada de su persona, es decir, el "amor de mi vida" podría ser cualquiera, no deseo nada en especial, yo nunca pude afirmar "Me gustan los rubios o los morochos", o "los prefiero lampiños o con pelos en el pecho", o "me gustan los tímidos o los extrovertidos".
Omar no era mi novio. Lo conocí por un aviso publicado en el diario "Busco persona para compartir gastos de alquiler". En aquel entonces yo andaba dando vueltas, rebotando con mi bolsito de aquí para allá, sobreviviendo con la compra – venta de bagatelas. La primera impresión que tuve de la casa fue nefasta, sin embargo él, ¿cómo explicarlo?, sentí que debía ayudarlo, y así lo hice – Horacio, ¿puedo hablarle?, así me distraigo de las ganas de ir al baño.
Pero no me cuente cosas que le cambien la expresión, que estoy trabajando en eso.
Es que estoy pensando mucho en "él". Todas las mujeres tenemos un "él". ¡no se quede callado!, opine, por favor.
Bueno, cuénteme la historia si eso la relaja, pero le suplico que no me frunza el entrecejo.
Omar era fotógrafo – no puedo seguir, es tan obvio que no le interesa. Y tengo tanto que contar, tanto amor que se me pudre en el corazón. Cómo quisiera poder abrazar a alguien, coserme a la piel de otro, para que no se me escape. Tendría que aprender a controlar mi mente, claro, ser más femenina y silenciosa, dejar de vomitar mis historietas en oídos ajenos, ¡tendría que borrarme para luego redibujarme y reescribirme!, y sería muy bueno, valdría la pena. Y estoy dispuesta a hacerlo por el primer transeúnte que camine por mi telaraña.
Omar no me entendía, tampoco lo intentaba. La falta de comunicación era un problema, y no era mi culpa, ¡es que no me registraba cuando le hablaba!, si me hubiera prestado atención cuando le dije: - En la botella de coca puse el veneno para las cucarachas – ahora no estaría muerto.
La casa se volvió más fea que de costumbre sin él. Comencé a sentirme muy... incómoda.
Ahora, que estoy en esta casa acogedora y linda, descubro otras cosas. Al notar que el nivel de soledad es tan alto y no desciende desde que estoy acá, intenté hacer meditación. Es imposible, cada vez que quiero concentrarme en los mantras me pica algo, siempre. Entonces comprendí la relación con el cuerpo. Este cuerpo me es incómodo, desparejo con mi mente. Arrastro esta piel por la vida como un par de zapatos que sacan ampollas en los tobillos. Y soy linda, razón por la cual a veces no me escuchan y sólo me miran. No debería ser linda, ni flaca.
Me arrebujo dentro de mis dimensiones sin descanso y los cambios de casa no pueden menguar este desconsuelo.
Saqué tantas conclusiones respecto a esta insatisfacción crónica que ya no sé si debo creerme esta última. Tal vez mañana piense distinto.
¿Y, Horacio?
Ya está.
¡Qué real me veo!, ¡y qué bien!, estoy mejor ahí que acá, es como si me sobrara una pierna de este lado del plano.

Dafne Mociulsky



1 comentario:

Anónimo dijo...

muy lindo,amiga.