Este es un fragmento de mi primera novela publicada "Miedo roto" (prometo hacer más ejemplares, en serio)
Miedo roto
Novela
Soy lo que la experiencia ha hecho de mí. Qué vulgar, vivir tanto para llegar a una conclusión tan simple. Me gusta creer que sería feliz si pudiera decir cosas más interesantes, pero no hay nada que ver acá. Soy un tipo que se levanta temprano y vive con sus viejos. No hay sueños ni expectativa alguna. Me pregunto cómo es posible llegar a los veinticinco así, de subte en subte, de corbata sobre camisa con perfume hiriente de jabón en polvo. Quisiera alguna señal en mi haber para impresionarla. Lo que es sencillo para otros, está sistemáticamente vedado para mí. Digo sistemáticamente porque creo que hubo un complot: la manera en que fui criado, los gustos que me impusieron y no supe eludir, la seducción de prostituirme el alma por un sueldo y las palabras que me fueron puestas en la boca, sin que las pudiera masticar adecuadamente. Siento, cuando hablo, que no sé lo que digo, que mi boca se abre y se cierra, que algo vibra en mi garganta y forma vocablos que son normalmente recibidos. Me quejo de que no pasa nada, de que ni siquiera soy digno de sufrir.
Antes era mejor. Dicen que sí, que aún soy joven, tengo que darles la razón para que no me molesten con razones baratas. Sin embargo, entre mí y yo, sé muy bien que no soy joven, que algo me hicieron para que no pueda hablar. Cuando estoy con ella, sin poder besarla, me descubro: soy un idiota. Pertenezco a la gran mayoría, creo. Estoy destinado a vivir y morir sin más. Me jode, sí, ¿no es bueno, acaso?, sí y no, porque no sé a qué me refiero. Todo es un presentimiento incierto.
No puedo jurarlo, pero para mañana me canso: dejo de fumar, hablo más alto, no me dejo interrumpir, me compro un celular y le digo que la amo.
¿La amo?
No. Es una cuestión de tiempo, me toca amar, me aburrí de dormir solo y ella parece ser la persona más indicada para soportarme. Espero de ella milagros. Ella me va a correr a tiempo cuando esté por pisar un pozo anímico. Hay cosas que me molestan terriblemente de ella, no es inteligente, tampoco muy linda, y ni siquiera es simpática. Nadie la mira.
Somos mudos. Compartimos la mesa y el tiempo pasa, lastimándonos. Se le cae el pan al piso y yo quiero esconderme, estar en otro lado. De repente se me infla el ego, es una tarada, merezco algo mejor - ¿Qué vamos a hacer? – dice, y me sorprende, entonces ya no es tan tarada y quiero darle un beso, aunque no me gusta lo que come y se me van las ganas – Nunca viajé en premetro...- mmm, qué se yo, no lo había pensado, puede ser, de todos modos me voy a aburrir – Dale, y podríamos ir al Parque de la Ciudad – y le brillan los ojos, claro, olvido que ella no es de acá, que debe sufrir el desarraigo y que no conoce nada - ¿Extrañás tu pueblo? – se me ocurre preguntarle, humanizándome – Sí, sobre todo en verano.
- Pero... ¿te gusta Buenos Aires o es sólo por trabajo que te quedaste?
- Qué se yo – y se recorta lo que iba a decir, hace un bollito de palabras y lo tira debajo de la mesa. No me animo a bostezar, me excuso para ir al baño. Es relajante ir a orinar cuando estoy en una cita. Es el momento de colgar la sonrisa por un rato y mirarse en el espejo. Me mojo la cara, me examino los dientes, me quito algo con la uña, no quiero salir, me agito, no me entiendo, me debato y salgo, sonriéndole a la distancia. Llego y se va ella, a descansar de mí en el inodoro, claro. Estoy solo en la mesa, pienso en mis amigos, en el fin de semana. No quiero llevarla, se van a burlar de mí, no sé muy bien por qué, ellos no salen con beldades. Hago bolitas con las migas del pan que se le había caído al piso, pobre pan, descartado, me dan ganas de comerle un pedacito para creerme generoso por un rato. No tengo hambre, ni sed, y hay que pedir algo para tomar. No voy a esperarla, pido vino, no quiero arriesgarme a discutir sobre gustos, quiero vino y estoy de mal humor. Ella vuelve, más pintada y fresca, creo que se colocó un pañuelo alrededor del cuello, sí. Posa una mano sobre mi hombro y me escruta con una mirada que no llego a deducir, creo que tengo que besarla, dos meses de salir en silencio agota la paciencia de cualquiera. La besaría, pero pienso en lo que come y, no, no puedo. Se sienta muy lentamente, resopla, se alisa un mechón de cabello y la miro, dándole el gusto, haciendo las veces de público, Dios mío, tengo que besarla hoy o la pierdo. No puede esperar más. Hoy por lo que comió, la semana pasada por las boludeces que dijo, mañana será por no respirar como yo considere que debe ser una respiración correcta. Los dos nos cansamos de mí. La veo aburrirse y mi tedio se convierte en desesperación. Mi orgullo de macho está en riesgo. Entonces, me levanto, pido vino y me siento a su lado. Le acaricio el pelo, acerco mis labios, casi cierro los ojos y ella corre la cara, el mozo con el vino – qué hijo de puta – pienso apretando las muelas y tragando saliva agria, ella se ríe y se sirve una copa – por suerte le gusta el tinto – El tarado soy yo, es una chica válida, no es un minón pero tiene algo lindo. Me gusta porque toma vino con sabiduría. Me sirve ella a mí, y me gusta. Trato de recomenzar, ahora tenemos gusto a vino en la boca; no hay excusas, me duele un poco la panza, son nervios, nada grave. Vuelvo a acercarme, esta vez más rápido.
Dafne Mociulsky
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1 comentario:
Te invito a mi blog sobre fragmentos apasionantes de libros inolvidables que lei...Saludos
www.vocesreunidas.blogspot.com
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