jueves, 24 de julio de 2008

+ fotos de la 8º flia!





Y para la próxima entrada, más fotos e informes y demases. Podés ver los videítos de la flia en:
www.feriadellibroindependiente.blogspot.com

A continuación, un fragmento de otro cuento viejo mío "Mi vieja no lo entendería" (dicho sea de paso, ya no sé qué hacer con mis viejos escritos, por ahora sigo desmembrándolos y extrayendo sus partes "potables" para que vean acá... ¿qué hacen ustedes cuando les pasa esto con sus textos viejos?)


Mi vieja no lo entendería - fragmento



Quiero decir que, en realidad, cometí algo parecido a un error. Cuando llego a esta conclusión, me confundo, puesto que me siento demasiado inocente para considerar semejante cosa, y no sé si acabo diciendo “error” por mera formalidad (apariencia de salud mental, digamos).
Cada uno, en el fondo, se entiende y se justifica, o quizás no, mas al menos se llega a una especie de acuerdo íntimo, una razón que hace que todo cierre como un círculo, una razón que no necesita la aprobación de nadie. Claro que se necesita, invariablemente, amor, y eso hace que uno se traicione sin cesar... ¿y si la traición es el aislamiento en el que uno encuentra todas esas respuestas satisfactorias?, bueh, es todo tan relativo y particular que nada es nada, y lo digo con severas dudas.
Hay que ponerse de acuerdo y manifestar algo, ¿no?, porque sino, ¿para qué expresarse?. Hay algo que pugna por salir. Es una historia vulgar: una mujer y un hombre que nunca supieron si en verdad se amaron alguna vez. Pasaron seis años juntos, no consecutivos, no juntos, qué se yo. Esto me pasó a mí, así que mejor suprimo a la tercera persona. Debo hacerme cargo de todo lo que pasó.
No soportaba que llorase. Odiaba aquel sonido chillón pero... siempre hay peros.
Inhalar lágrimas era sólo un pensamiento inasible, una utopía. ¿La consumación total de la entrega de todo lo que siento?. Era una idea vaga y vaporosa que se debatía en sueños de viajero despierto. Cuando pensaba en mí entrando por la puerta de mi vida, pateando mi propio tablero, se me venía al choque la imagen de ese inexplicable acto y se me llenaban los ojos de lágrimas, paradójicamente. Luego me sonreía para mis adentros. Me regocijaba la cursilería, la exageración. La idea me causó gracia, pero una gracia metafísica, hasta que me decidí a hacerlo: aún recuerdo la expresión de su rostro, sus ojos negros tan abiertos, el ceño fruncido, la boca nerviosa - ¿Qué hacés? – me asusté, me contraje y un mutismo exasperante se apoderó de todos mis reflejos – Está bien, si para vos significa algo, no me molesta. Me parece raro, pero hacé, dale – y me entregué al consumo desenfrenado de esa droga. El lloraba. ¿Por qué lloraba tanto?, ¿acaso le dolía algo?, nunca lo supe con exactitud. Me acostumbré. Al principio se me helaba la piel, lloraba yo también, ponía a toda mi imaginación al servicio de lo que pudiera servirle de consuelo. Pero él lloraba a sus anchas, se expandía.
A veces pienso que tendría que haberlo llevado de paseo más seguido. Ahora es tarde para todo. Además, mi fanatismo decayó bastante. Es mejor que la estrella muera antes de extinguirse. Su fulgor duró poco, cuando hablo de aquella etapa en la que fue un Dios, me refiero a esos primeros meses que se imprimieron en mi memoria emocional (esa que no permite zafar). De no haber sido por esos meses, ¿qué sería yo ahora, en este momento?. Inútil pensar en ello.
No le fui enteramente fiel. Tampoco lo fue él conmigo. Menos mal, porque así descubrí mi verdadera naturaleza, por así decirlo. Todo sucede por algo, y esto se comprende sólo con los hechos que caen insensiblemente sobre uno, cuando se está desprevenido.
Soy, aparentemente, una buena persona. Tengo un efecto muy especial en la gente. Simplemente me gusta escuchar y dar consejos... ¿eso me convierte en una buena persona?. Yo no lo creo.
La desesperación había sido el motor de un montón de cosas. Me aferraba a una rama raquítica y caía; volvía a levantarme para tomarme de la misma rama. Quería creer, necesitaba depositar mi fe en algo y, quizás por falta de estímulos más convenientes (no se me ocurre otro término), sucumbía al ritual de la pareja, perdón, la mierdosa y estúpida pareja, la típica “relación enfermiza”.
Podrán decir que estoy loca, pero juro que las lágrimas pegan, poseen una especie de alcaloide. Y pegan de determinada manera según la persona. El, obviamente, era mi mambo favorito. No sé si lo amaba. Sólo sé, con certeza, que quería “absorberlo”.



Dafne Mociulsky

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